Hace 126 años, en Walworth, Reino Unido, nació Charles Spencer Chaplin, aunque el mundo nunca lo conoció así. Para ellos era Charlie Chaplin o Charlot, ese entrañable vagabundo de cómico andar que no cargaba con otra cosa que no fuera su dignidad, un bastón y su desgastado bombín. Homenajeamos a Chaplin recordando cuatro momentos en que dejó de lado su popular personaje, enfocándonos en su obra tardía donde su maestría se conservó aun cuando las palabras invadieron su trabajo.

Éste es Chaplin sin Charlot…

El gran dictador (The Great Dictator, 1940)

Como otras leyendas del cine mudo, Chaplin se negaba a entrar de lleno al mundo del sonido. El gran dictador marca la primera ocasión en que habla a cámara. El cineasta se encarga de interpretar los dos papeles principales: uno es un humilde barbero atrapado por los horrores de la persecución; el otro es un dictador fascista con aires de grandeza y hambre de conquista. Explotando el parecido del bigote de Charlot con el de Hitler, Chaplin monta una farsa de altos vuelos sobre la futilidad del combate. Al final, mientras sus ojos se levantan lentamente hasta el centro del lente de la cámara, sin ningún tono de comedia en su voz, el director lanza ante la audiencia un sentido discurso sobre la falta de humanidad en el mundo y la necesidad de pelear por un mundo unido. Unos años después los tambores de guerra desgarraron Europa.

Monsieur Verdoux (1947)

En la sonrisa del cordial y docto Mr. Verdoux se esconde una suavidad oportunista, un cruel encanto que encuentra en el arribismo homicida un estilo de vida que una persona de su “clase” merece simplemente por el hecho de sentirse parte de una decadente aristocracia. Un barba azul terrible y profundamente encantador, Chaplin interpreta a Henri Verdoux, un hombre que asesina mujeres ricas para fondearse una existencia opulenta. Con brillante timing cómico y un aire misántropo profundamente característico de la última etapa de su carrera. Basado en una idea original de Orson Welles que Chaplin compró, el filme contiene un uso casi canónico del humor negro, cuya naturaleza ambigua explota en el cadente ritmo físico y letal verborrea de un hombre que con cada palabra no sólo conquista y asesina mujeres, también asesina con elocuencia y gracia al mítico Charlot.

Candilejas (Limelight, 1952)

Más que una extraordinaria tragicomedia, Candilejas es una despedida. Si bien Charles Chaplin dirigió tres películas más, esta cinta es suma y testamento de una carrera gloriosa que se acerca al ocaso y, finalmente, cae. La historia del comediante olvidado Calvero (Chaplin) y su encuentro con la belleza suicida, Thereza (Claire Bloom), es más que un simple choque entre dos generaciones; es la admisión de un legado, pero también de la mortalidad de una leyenda. Con un extraordinario balance entre divertidos gags y sentimentales intercambios entre los protagonistas, que se nutren uno a otro de esperanza,Candilejas es un momento esencial en la filmografía de Charles Chaplin y un rescate de sí mismo mediante la asunción de su identidad frente al público. Nunca se sintió más auténtico.

Un rey en Nueva York (A King in New York, 1957)

En 1952, Chaplin se refugió en su natal Inglaterra para escapar de la caza de brujas desatada por el Senador Joe McCarthy en Hollywood. De regreso en casa, decidió retratar con ironía su situación en Un rey en Nueva York. La cinta narra la historia del Rey Shahdov, que debe buscar refugio en suelo norteamericano gracias a la revolución por la que atraviesa su país. En su nuevo hogar terminará volviéndose una estrella de la televisión y será tildado de comunista por las autoridades. Con un aire más panfletario que El gran dictador, la cinta encuentra sus mejores momentos en las rutinas cómicas y las observaciones sobre la loca vida americana de esos años.

No lo olviden las palabras de Chaplin… “Un día sin una risa es un día perdido.”

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