Después de observar detenidamente, y durante bastante tiempo, al joven y arrogante Vincent (Tom Cruise), el mítico Eddie Felson (Paul Newman) le dice con una expresión de incredulidad y encantamiento: You’re a natural character. La breve pero contundente línea de The Color of Money (Martin Scorsese, 1986) parece otorgarle implícitamente a Cruise el legado de una estrella como Newman, una variación de aquella frase game respects game, es decir: sólo un “natural” como Newman puede reconocer dicha cualidad en otro y así, discretamente, pasar un relevo generacional que Cruise parece obstinado –o quizá destinado– a conservar.
Más que una secuela directa de la emblemática película del finado Tony Scott, Top Gun: Maverick (2022) abona al mito de Tom Cruise como superestrella, incapaz de ser reemplazada, derrotada o superada. Es un ejercicio de vanidad genuinamente disfrutable en el que el director Joseph Kozinski funge como un extraordinariamente diligente y notable cineasta, pero donde la “visión” pertenece al sexagenario astro. A diferencia de una película como Creed (Coogler, 2015) –en la que la noción de legado tiene un peso significativo–, en Top Gun: Maverick no existe como tal un relevo generacional, ni la humildad o serenidad que mostró Sylvester Stallone en aquella película al prescindir de su fisicalidad. Creed era la historia de un hombre sensato que abandonó la obstinación, mientras que Top Gun: Maverick es la de un hombre que desafía sensatez y lógica. He’s the fastest man in the world es como describen a Maverick (Cruise) después de conseguir una impactante hazaña en los primeros minutos de la película.
Tom Cruise se resiste a convertirse en una reliquia. En Mission Impossible – Repercusión (Mission Impossible – Fallout, 2018) ya su cuerpo justificaba proezas dignas de Buster Keaton, que Cruise es un hombre que justifica su presencia en la pantalla de cine y no ninguna otra, no por nada el estreno de la película se retrasó por casi dos años, principalmente por la negativa de Cruise y resulta claro al ver la película que todo está pensado para un formato en gradual extinción, aún a pesar de dar muestras de vigorosa vitalidad como sucede con el obstinado Maverick.
La película tiene un compromiso con lo “real”, particularmente en la decisión de prescindir en lo posible de la pantalla verde, filmar en locaciones reales y someter a sus actores a las mismas extenuaciones físicas que sufren los pilotos reales. El gesto de Cruise y Kozinski es uno de sinceridad con el público, más cercano al de un acróbata que al de un autoproclamado “artista”, que con cada cabriola incita al asombro, uno que durante mucho tiempo ha permanecido ausente en el cine o, al menos, en todo contenido audiovisual que se ostenta como tal.
En Top Gun: Maverick, la rivalidad es un punto de tensión que detona con una peculiar camaradería hawksiana –esas secuencias en el bar de Jennifer Conelly evocan la energía de una película como Only Angels Have Wings (1939)– y el odio se concentra en un enemigo anónimo, sin nacionalidad, fácilmente intercambiable por Irán, Rusia o el “villano” occidental de su preferencia. Lo cierto es que a la película le interesa más el uso de los aviones como un vehículo de lucimiento que como una herramienta política, aún si eso no exime que la política del “producto”, si es que se puede hablar de una, sea unidimensional y maniquea. El interés de Top Gun: Maverick recae de forma mucho más clara en el trabajo en equipo, aún si se insiste en que su protagonista es una especie de astro alrededor del cual orbitan los demás pilotos, entre los que se encuentran Monica Barbaro, Glen Powell, Lewis Pullman, Danny Ramirez y Miles Teller, quien interpreta al hijo de Goose (Anthony Edwards), el compañero de Maverick que falleció en la original.
Los pocos lazos que se establecen con la primera Top Gun son mucho más lúdicos o estilísticos (la power ballad de Lady Gaga o la “actualización” de la escena de volleyball) qué temáticos. Incluso el papel de Val Kilmer, antagonista convertido en camarada al final de la película, sólo aparece en una escena y haciendo un papel prácticamente silente, destrozado por una enfermedad, obviamente para subrayar aún más el vigor de Maverick. Es evidente, tanto para Cruise como para Kozinski, que Top Gun: Maverick es una película sobre Tom Cruise, una estrella que no se rinde a la nostalgia porque desea permanecer suspendido en el aire y en el tiempo, un fenómeno natural que ante su mera incidencia, nos roba el aliento.
Y dice, Take my breath away…
Por JJ Negrete (@jjnegretec)