Cabos | Distancia de rescate: habitar el peligro

Para D.

A partir de la catástrofe nuclear y la evidencia del terror que dejó la Segunda Guerra Mundial existe un mecanismo simbólico llamado The Doomsday Clock que mide, desde 1947, que tan cerca se encuentra la humanidad del fin del mundo. El reloj fue creado por El Boletín de Científicos Atómicos; la organización busca generar conciencia de los diferentes problemas, ecológicos o sociales, que representan una amenaza para continuar habitando el planeta. El dispositivo se actualiza cada año y desde el 2020 se mantiene a una distancia de 100 segundos para la medianoche: el punto de las manecillas que indica el final. A pesar de la cercanía, el reloj se mantiene positivo ante el destino obviando que el fin del mundo no es un evento fijo en el futuro, sino eso que nos impide pervivir en el presente. El fin del mundo nos atraviesa el cuerpo, se inscribe alrededor de nuestros afectos y nuestra historia; no son los minutos, son los pocos pasos que se necesitan para que algo se quiebre.

En Distancia de rescate (2021) de la directora peruana Claudia Llosa se prestan las imágenes a la novela homónima de la escritora Samanta Schweblin para recrear una historia y un paisaje donde se pone de manifiesto la dificultad de generar vínculos en medio de un mundo roto. A través de un relato íntimo, que se construye en una polifonía de voces narrativas, percibimos la delicada relación que existe entre la naturaleza y la humanidad; tema clásico, pero que en la cinta escapa de la convención de enfrentar un polo y otro, representándolos más bien como paralelos e indisociables. La trama se desenvuelve por medio del recuerdo de Amanda (María Valverde), quien decide viajar desde España y veranear junto con su hija Nina (Guillermina Sorribes) en un pueblo argentino. Allí conocen a Carola (Dolores Fonzi), una local que tiene una tensa y distante relación con su hijo David (Emilio Vodanovich). Amanda y Carola se acercan conforme transcurren los días, hasta que un episodio doloroso y misterioso en la vida de Carola siembra la duda de una amenaza para las visitantes.

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Entre el dorado resplandor de un horizonte lleno de trigales y el frondoso verde de un bosque mágico, las imágenes en pantalla cobran una belleza que contrasta con lo que escuchamos como espectadores. Una voz joven, pero firme, nos une a la vida de Amanda y nos advierte de prestar atención ante algo terrible: “lo que ves vos, lo veremos todos”. De inmediato nos sumergimos en un universo donde es difícil fijar los límites para advertir el peligro. Así como nos fusionamos con la protagonista, la construcción de figuras híbridas se vuelve esencial para la película: desde el comienzo en que el plano detalle de una oreja se compara con un gusano o esa magnífica escena a contraluz en la que se recrea un centauro entre el cuerpo del actor Germán Palacios y un caballo semental. Lo salvaje y lo sutil conviven, el deseo y la ternura, la vida y la muerte, la naturaleza y las personas; los opuestos son solamente ilusiones. Todo está conectado en un juego distinto a la armonía, pero con el mensaje contundente de que cada detalle es relevante.

Sin hacer uso de un discurso catastrofista o un bien intencionado activismo, la cinta Distancia de rescate logra transmitir la fragilidad ecosocial en la que nos situamos: ese terreno acuoso donde intentamos cuidar, amar, desear. Hace un tiempo que el Doomsday Clock debería marcar la medianoche, pues todos los días nos movemos a tientas entre el riesgo que se cuela silencioso en nuestros cuerpos; transitamos el peligro porque la medida para evitarlo es ya incalculable. Cabe preguntarse si aún se puede salvar el espacio que nos separa de los demás, si aún podemos recuperar algo, o si, de la misma manera que David y Nina, debemos cambiar de forma para sobrevivir y aceptar que la pérdida es también una posible distancia de rescate.

Por Karime Rajme Méndez
Texto ganador del 5° Concurso de Crítica Cinematográfica
del Festival Internacional de Cine de Los Cabos
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