Brujería: explorando las turbias aguas del colonialismo

“Que estas aguas borren las aguas con las que te bautizaron”

Brujería (2023), quinto largometraje dirigido por Christopher Murray, está basado en un juicio histórico contra los brujos en el siglo XIX: en la Isla de Chiloé, durante el año 1880, una niña huilliche busca, tras el asesinato de su padre, justicia al unirse a una misteriosa organización de brujos.

El cineasta chileno se inspira en los trabajos de Robert Eggers (The Witch, 2015) desde su estilo como una referencia visual, hasta las formas narrativas. Similar a lo que hace Eggers en sus películas al investigar profundamente los temas que abarca, como los vikingos en El hombre del norte (The Northman, 2022) o los colonos ingleses en la América del siglo XVII en La bruja, Christopher Murray se sumerge por completo en el tema de la brujería, los juicios y el colonialismo de los años 1800 al sur de Chile, cuestionando las ideas opresoras de los colonizadores que aún nos persiguen en la actualidad.

Los juicios de las brujas a través de la historia universal han sido un acto de crueldad, violencia y xenofobia hacia las minorías en distintos países. Tal como sucedió en los juicios por brujería de Salem a finales de los años 1600 en Massachusetts, Estados Unidos, donde a las mujeres se les acusaba por hacer actividades distintas a las de la sociedad que habitaban.

Murray comentó en una entrevista para La Cronica: “La humanidad ha ocupado este concepto de brujería con el hecho de coartar las libertades y las formas de comprensión del mundo más allá de las establecidas en las ideologías judeo cristianas, tratando de satanizar o sacar del centro de la cultura visiones que son distintas” En esta película el director chileno cuestiona las ideologías religiosas a través de la cámara de María Secco, la cual se enfoca en algún personaje enfermo por cuestiones graves de salud, mientras los huiliches tienen fe en sus formas de sanar. La cámara se centra en las estatuillas de la Virgen María, dando más fuerza al simbolismo de la religión cristiana como forma de opresión, control y censura a otras creencias religiosas.

Por eso me gustó utilizar como epígrafe una frase que escuché en la película. Murray le da el enfoque anti-colonialista con esas palabras a su obra; es sobre la resistencia hacia las aguas de la religión cristiana, la incertidumbre, los juicios y los cristianos oprimiendo a los huilliche. Son tratados con mucho desprecio bajo los horrores de ser perseguidos y juzgados injustamente, simplemente por ser distintos a la comunidad.

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Cuando observamos en la fotografía de María Secco los espacios iluminados por la llama de las velas o la propia luz natural, los rayos de sol, las tormentas, la lluvia le agregan una sensación atmosférica mística al relato. Sin duda me sentía cautivado por lo que se construía a lo largo de la película; hay una gran atención al detalle y un tremendo esfuerzo detrás de la cámara para crear el lúgubre pueblo de la Isla de Chiloé. En cuestiones visuales, es una película muy bella, con una construcción atmosférica impecable que te traslada al siglo XIX.

Otro de los puntos más destacados de este trabajo es la actuación de Valentina Véliz Caileo como Rosa, su personaje mantiene un gran interés y conexión con la audiencia conforme avanza la historia. Hay tanto tema con el que quiere explorar Murray que a veces se olvida del desarrollo de su personaje y la actriz con el poco diálogo que tiene, aprovecha convierte en un viaje interno para enfrentar lo desconocido, la madurez y el contexto del colonialismo de la época. Desde la primera escena que nos recuerda mucho a The Witch: un rebaño de ovejas es encontrado muerto por lo que parece ocasionado de una forma sobrenatural y el dueño regaña brutalmente a uno de sus empleados –el padre de la protagonista– y es ahí que del trauma arranca el deseo de venganza y justicia de Rosa.

Es aquí donde encuentro el enorme conflicto de la película y es que simplemente nunca llega a esa conclusión con lo que desea Rosa, del daño que le hicieron, en este caso la muerte del padre. En películas que hablan sobre la venganza hay un sentir vacío emocional porque por más que queramos hacer sufrir al otro por lo que hizo, el daño ya está y jamás se recuperará lo que perdimos, como en I See The Devil (2010), Revenge (2017) o en Mandy (2018). La película se va construyendo a un ritmo lento, creando expectativas hacia un supuesto clímax que jamás sucede. La narrativa se pierde en sí misma ya que nunca llegamos a la promesa que nos presentan al principio: el deseo de la venganza y las consecuencias de este acto. Nadie pierde en esta película. La búsqueda de la insaciable justicia no tiene final. Los villanos y los héroes terminan en el mismo lugar en donde comenzaron.

Aunque nunca llegamos a esa “satisfacción” que consiguen otros proyectos sobre la venganza, generando la experiencia de que éste es un relato que no se completa. El director intenta abordar tantos temas en la película que termina por dejar a un lado el arco narrativo relacionado al tema. No necesitamos la justicia, ni nada por el estilo, sino el problema está en que los personajes se quedan atrapados en el mismo lugar y sus acciones no parecen tener consecuencia alguna con los eventos.

Brujería es una película de ideas interesantes sobre el colonialismo, la religión cristiana y la fe que nunca llegan a concluir su discurso.

Por Alex Guax (@alexguax)