La vida se mueve bastante rápido.
Si no te detienes y miras a tu alrededor de vez en cuando,
puedes perdertela…
–Ferris Buller
Diferentes cineastas en distintas épocas han intentado capturar la realidad y convertirla en película, transformarla hasta hacerla perpetua; sin embargo, una vez hecha cine el presente termina y se vuelve otra cosa. La vida siempre es hoy, el cine no. A lo largo de su carrera Richard Linklater se ha interesado por la vida y sus significados, aunque en ocasiones aparente no tener ninguno.
El director texano es un hombre al que le gusta volver sobre sus ideas, revisarlas años después de haberlas plasmado y verificar su vigencia. Sólo así se explica el sólido trabajo realizado en la trilogía Antes/Before, iniciada en 1995 y finalizada en 2013 –por el momento, claro. Es una triada de películas donde los personajes crecen y el público es invitado a crecer con ellos, reflejarse y quizá entenderse. O esa mezcla de realidad y sátira plasmada en Bernie (2011), junto a los lances filosóficos impresionistas de Slacker (1991) y Despertando a la vida (Waking Life, 2001). Boyhood – Momentos de una vida (Boyhood, 2014), presentada en la tercera edición del Cabos International Film Festival, nos exhorta a hacer el mismo viaje generacional, aunque ahora se trata de la vida de un niño y su crecimiento durante 12 años, y no de un par de enamorados.
En primera instancia, el hecho de que un director se reúna con el mismo elenco para filmar su crecimiento durante cierta cantidad de tiempo no es nueva; en Inglaterra Michael Apted viene haciendo lo mismo en la Serie Up desde los años 60. Es el acercamiento de Linklater lo que convierte a Boyhood en un suceso. La película podría quedarse en el mero truco de haber filmado al mismo niño durante más de una década, como las cintas en 3D que se limitan a lanzar objetos a la pantalla, pero no, aquí en esencia no pasa nada y lo está pasando todo. El cineasta texano es uno de esos realizadores que todavía cree en el poder encerrado en un gesto, una mirada… en lo mundano.
Linklater logra un mayor impacto emocional porque opta por mostrar sólo fragmentos de la vida de Mason (Ellar Coltrane) –mostrarlo todo sería imposible, por supuesto–, en apariencia elegidos al azar. Mezclados hay momentos “claves” y otros que parecen no serlo. Para el director un ser humano no es sino la suma de las dos cosas: el que tu madre se case con un alcohólico es igual de importante que ir a comprar un libro de Harry Potter disfrazado como el maguito.
El cine nació para capturar momentos, buscando preservarlos y retransmitir la emoción de haberlo vivido, como esa noche en que un grupo de personas en París huyó creyendo que un tren se acercaba a ellos en el sótano de un café. El séptimo arte evolucionó con el tiempo hasta deslavar su poder de impresión. En ocasiones parece que sólo los efectos especiales pueden seguir sorprendiendo. Linklater propone despojarnos de todo, dejarnos cautivar por la sencillez de la vida misma. Dejar que sea el momento el que nos atrape.
Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado originalmente en Forbes México.