En el libro El fuego secreto de los filósofos, en uno de los primeros capítulos, se habla sobre una criatura llamada Bard, un espíritu de la tierra que se decía habitaba al oeste de Islandia en la antigüedad. “Era una figura alta, de capa y capuchas grises, con un cinturón de piel y usaba una vara para caminar mejor sobre el hielo”. Patrick Harpur, el autor, relaciona dicho mito con la figura de Gandalf de la saga El señor de los anillos. El resto del libro es una revisión de la cultura esotérica de Occidente, desde una perspectiva historiográfica y formal. Una revisión de criaturas similares, en distintas culturas y civilizaciones, incluso actuales, criaturas y seres que tienen influencia sobre los hombres, cuyos poderes ocultos e incomprendidos tocan nuestra existencia en diferentes maneras y distintos planos. Creo que el personaje principal de la película, Borgman (2013) de Alex van Warmerdam, pertenece a esa estirpe.

Borgman trata sobre un hombre (un hombre alto, barbudo, delgado) que se refugia bajo tierra, debajo de un bosque de frondosos árboles. Perseguido por un crimen que no se revela, pero que se insinúa más adelante, escapa de su escondite y se refugia en una casa, de una familia adinerada, en las cercanías. Se hace pasar por un jardinero y consigue quedarse por unos días, mientras arregla el jardín, pero poco a poco, como por arte de magia, comienza a tener más influencia en la familia. Así que es invitado a quedarse. La familia lo hospeda en un cuarto en los márgenes del jardín, pero gradualmente, él comienza a entrar a casa sin que ellos lo noten al comienzo. Recorre los pasillos y las habitaciones como un fantasma, incluso usa la tina para darse largos baños. Los primeros en advertir su presencia son los niños. A veces va acompañado de perros negros, delgados, que lo siguen de cerca. Y se quedan cerca cuando el hombre les relata historias a los niños, que lo escuchan atentos, fascinados por lo que narra.

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El filme compitió por la Palma de Oro en la Selección Oficial el mismo año que La vida de Adele y para muchos se trata de una película imposible de encasillar, incluso de comprender. Después de Funny Games de Michael Haneke no se me ocurre una película que trate la invasión de un hogar de forma tan profunda y desconcertante, ni siquiera la infravalorada The Strangers. Y es que aquí la violencia explícita no es el eje perturbador sino la posibilidad de que haya algo más que el uso de la fuerza que se pueda hacer para prolongar la estadía de un invasor en el espacio intimo. Lo terrorífico reside en el hecho de que la misma familia de manera paulatina se entrega al invasor, movidos por una fuerza oculta, casi atávica.

Borgman es una suerte de fábula oscura que perturba de inicio por disfrazarse de comedia costumbrista para después revelarse como una cinta de horror, cuya trama nunca se explica por completo porque está en constante transformación. Borgman, el personaje principal, puede ser el símbolo de muchas cosas, algunos lo han leído como un símbolo del enfrentamiento entre clase oprimida y burguesía, pero su influencia y comportamiento se asemejan más a la de un demonio o vampiro antiguo. Además de que poco a poco, otra legión de seres comienza a visitar la casa y causar problemas y situaciones aterradoras, a veces insólitas, como el montaje de una obra de teatro en el jardín de la casa. Todo es desconcertante, como en el cine del griego Yorgos Lanthimos, que se mueve hacia lo onírico y lo surreal. En una de las escenas, una de las niñas de aquella familia ve al hombre escondido detrás de la puerta y le dice a su madre: “Vi un mago”. Y quizá Borgman trata de esas cosas que no podemos comprender, ni controlar, que están frente a nosotros y que nos reusamos a aceptar. Cosas obvias que no podemos nombrar por su verdadero nombre, como el mago hace, sino que lo ocultamos en la superficie, mientras que en lo subterráneo toca nuestras vidas de muchas formas, en ocasiones, peligrosas y devastadoras para nosotros.

Por Davo Valdés de la Campa (@Davovaldes)

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