Pocas adaptaciones en la industria cinematográfica logran retomar un cuento clásico y transformarlo completamente sin alterar su esencia original. Muchas menos pueden entretejer una historia fantástica con una divertida tragicomedia. Blancanieves (2011), la multipremiada adaptación que el español Pablo Berger hizo del cuento de los hermanos Grimm, es el perfecto ejemplo de que el cine es una gran paleta de colores en la que el artista puede pintar maravillosamente y con precisión una réplica auténtica.
El sentido opuesto de la frase réplica auténtica no es gratuito. La fidelidad que la película de Pablo Berger conserva del cuento La pequeña Blancanieves no está en la forma, narrativa o literalidad de la historia, sino en la esencia del drama, el cual está dotado de originalidad, minucia y belleza estética. Así, el cineasta logró imprimirle al conocidísimo cuento un sello de autenticidad con una película que además de bien hecha, cumple sin mirillas la función de divertir al espectador.
Carmencita es la hija de la bailarina de flamenco Carmen de Trina y el famoso torero Antonio Villalta. El nacimiento de la pequeña trae dos grandes tragedias a la familia: la bella madre muere en un arduo parto de emergencia y el prominente padre, después de una terrible cornada, queda incapacitado de por vida como torero. En medio de la tristeza, el decaído torero decide casarse con la enfermera Encarna, interpretada por la actriz Maribel Verdú, y darle así una egoísta y celosa madrastra a su hija.
Deprimido por la pérdida de su bella esposa, el torero —interpretado por el mexicano Daniel Giménez Cacho— relega las responsabilidades sobre su hija a la cariñosa nana Doña Concha. Pero la vida de alegría termina cuando la pequeña regresa junto a su padre, y la terrible Encarna decide convertirla en una sirvienta. La bella Carmen, convertida en una mujer, huye hacia el bosque luego de que el lacayo de su madrastra intenta matarla. Ahí, la joven encontrará refugio en la casa rodante de un grupo de enanos toreros y comenzará a revivir los recuerdos de su pasado.
Blancanieves combina dos tendencias en el cine: los cuentos de hadas y el resurgimiento del cine mudo. Parte de su acierto proviene de esta combinación en la que el cineasta acota la historia a un universo muy característico de la cultura española —la figura del torero y la influencia del baile flamenco no son sino elementos de la identidad de ese país— en un formato de película silente, es decir, con intertítulos, musicalizada y en blanco y negro, que aporta la dosis exacta de música autóctona en la que el flamenco protagoniza.
Basta echar un vistazo a películas como Encantada (2007), La chica de la capa roja (2011), Hansel y Gretel: cazadores de brujas (2013), Maléfica (2014), para saber que Hollywood ha decidido convertir los cuentos para niños en grandes producciones que recargan su fuerza en el poder de los efectos especiales. Por esto, un filme que retoma la tradición cultural de su país de origen, reconstruye el cine silente y convierte el guión en una divertida tragicomedia como lo hace Blancanieves no sólo es un respiro en la cartelera comercial, también es un ejemplo de la versatilidad que se puede proporcionar a una adaptación.
Bellamente filmada, Blancanieves aporta con la dirección de música y fotografía el balance necesario para que los encuadres cerrados tanto como los cameos y los planos abiertos sean el hilo conductor de emociones en un filme que carece de diálogos sincronizados. Así podemos ver transmitida en los grandes ojos de Carmen —interpretada por la joven promesa española Macarena García— la pasión y tristeza de una huérfana; en sus manos, la sensual pose del baile flamenco y en su sonrisa la belleza de una joven mujer.
Además de situarse en una cultura determinada, el filme también es una representación del tiempo posmoderno que se muestra a través de la construcción de sus personajes en la historia. En lugar de convertirse en la ama de casa de los enanos, Blancanieves se transforma en una torera más de la caravana de toreros enanos. Mientras que Maribel Verdú se presenta como una vanidosa e interesada mujer que persigue el ambicioso sueño de la opulencia y la aceptación social, pues después de casarse por interés con el torero se obsesiona con la idea de salir en la portada de una revista. Este deseo por ser reconocida como una mujer bella es la metáfora que Berger utilizó para representar al famoso espejo que confirma la belleza de la reina en el cuento original.
En Blancanieves se reconstruye la figura de la protagonista al sustituir a la indefensa doncella —representada cuasi inútil e ingenua en el cuento, después de caer tres veces en las fatales artimañas de su madrastra— que debe ser salvada, por la figura de una mujer valiente que construye su historia a partir de un innato deseo que aparentemente sólo existe en el recuerdo del pasado y el cual la lleva a encontrar fuerza en la figura de su papá, el torero. Este elemento aporta un toque contundente de realidad a la historia y ayuda a parafrasear con inteligencia y originalidad el clásico de los hermanos Grimm.
Aunque la cinta relata el famoso cuento a partir de una historia esculpida con el cincel de la identidad española, se trata sólo de la forma de presentar el filme, pues en el fondo, la historia —además de respetar la esencia de la obra original— es un retrato universal de valores como la envidia, la codicia y los motores originales de nuestros deseos, mostrados a través de la comedia, el drama e incluso la farsa.
En este sentido el director logra construir una película muy entretenida, que está migrando constantemente entre la comedia y el drama a través de escenas de humor simbólico y explícito en las que se retratan, al mismo tiempo que se ironizan, preocupaciones muy humanas tales como la muerte de un ser querido o el encuentro con eventos traumáticos que marcan la vida.
Ir a ver Blancanives, más allá de lo que los detractores o los seguidores de la cultura española piensen sobre la forma, es acercarse a un filme original dentro de lo conocido, bueno dentro de lo que las adaptaciones generalmente ofrecen, bello hasta la médula y entretenido como pocos.
Por Alejandra Arteaga (@Adelesnails)