Black Canvas | Taurunum Boy: el brumoso paso a la adultez

Ese momento de la vida, donde el hoy lo es todo. Lo único que motiva es salir con los amigos, aturdirse con música, pasar el rato en el parque o en el bar. ¡Vaya tiempos! El documental serbio Taurunum Boy (2018) retrata este limbo en la existencia, el espacio donde no se es niño ni adulto, no se sabe qué querer, qué hacer, qué anhelar.

Todo sucede en las calles del municipio de Zemun —que en lengua romance se traduce como Taurunum— en las afueras de Belgrado, aunque podría suceder en cualquier parte del mundo globalizado. Nada que ver con las postales que mandan los turistas. Como sucede en las periferias de toda gran urbe, su alimento social son los residuos.

El filme observacional —con largas tomas con cámara fija— no parpadea ante la vida cotidiana de los jóvenes, en espacios comunes que se antojan apocalípticos — un barco viejo, un lote baldío, incluso un inmenso y pulcro museo—. A veces, tomas cerradas sobre detalles que denotan el agotador esfuerzo por encajar con los amigos; otras tomas abiertísimas donde parecen hormigas caminando por inercia al mismo destino, pero sus voces se escuchan en primer plano y no se sabe siquiera quién está hablando. Los personajes son todos y no es nadie. Más que una historia, esta película es un panorama.

Hacen de todo un poco, pero no todo les provoca el mismo placer. Chavos que reviven en la fiesta y que actúan como zombies en sitios donde hay un “deber ser”, como la casa y la escuela. Los adultos tratan de despertarlos con gritos, regaños o hasta chistes que sólo los alejan más. Una de las “inocentes” preguntas con las que pretenden hacerlos revivir reafirma, paradójicamente, este sentimiento de ser un muerto viviente:“¿qué piensas hacer cuando crezcas?” Como si ahorita no fueran nada. Dentro de casa, la única droga es el celular. Esa es SU realidad, no las reales y angustiadas voces de padres que llegan, como un eco que se repite una y otra vez pidiendo respuestas, certezas, o al menos algún asomo —sin éxito— de interés. Implorando respuesta, la que sea.

En las calles, las distintas visiones sobre el amor adolescente —que tan eterno parece ante los corazones inexpertos—, la importancia de los amigos, el pasar el rato haciendo nada, esa nada que para ellos lo es todo— hacer dominadas con el balón, prender fuego con spray, pasar el rato en el parque hasta que llegue la noche—. Y en la noche, balancearse —ni siquiera bailar— en la disco con música que reza: “Mis rimas vienen del amor, del dolor y del enojo. Soy la voz de una generación sin futuro”. O de un futuro que se acerca a pasos agigantados, mucho más rápido de lo que pueden procesar. Un poder abstracto que pretende callarlos con gases lacrimógenos. Ese es su verano, su última oportunidad de flotar en la vida antes de ser engullidos por el poco honroso cargo de ser adulto.

En la dirección, un combo entre el director de fotografía Dušan Grubin y la editora Jelena Maksimović. Los dos debutan con este filme sobre el lugar donde ellos mismos crecieron. Sus respectivos puestos se ven tremendamente explotados, con fotografía explorativa y un montaje que tarda —pero logra— construir el complejo mundo de los jóvenes que ahora los sustituyen.

Producida por ENFM con la colaboración de Film Center Serbia (FCS) y el festival Visions Sud Est, Taurunum Boy llega a los ojos vírgenes de los espectadores latinoamericanos, desde el otro lado del mundo, con más en común de lo que uno imaginaría. El divorcio cotidiano entre el mundo y la adolescencia. Una brecha generacional convertida en abismo.

Por Indira Cato

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