Black Canvas, uno de los festivales mas jóvenes de México, toma en su tercera edición una clara postura en su curaduría, buscando crear a través de su selección una experiencia que pueda configurarse con cualquiera de sus elementos, un rompecabezas cuyas piezas embonan incluso de forma aleatoria. El trabajo es tan minucioso que hasta parece sencillo cuando va tomando forma. El festival busca consolidarse en el poblado panorama de festivales cinematográficos en México por lo que aquí comentamos tres películas que los espectadores pudieron disfrutar de entre las más de 100 películas que componen el programa.
Siete años en mayo
Dir. Affonso Uchoa
La historia de la clase trabajadora la narran quienes los criminalizan y transforman su resiliencia en un feroz antagonista de la fuerza y el orden público. Después de la milagrosa Arabia (2017), el cineasta brasileño Affonso Uchoa presenta Siete anos em maio, mediometraje de poco menos de 45 minutos en el que se retrata una generación de jóvenes en la voz de Rafael Dos Santos, trabajador que una noche al llegar a casa, es confundido con un traficante. Una historia recurrente en la juventud marginada de Latinoamérica por ser el cuento favorito de los poderosos.
Si en Arabia, la sensibilidad encontraba su vehículo en un diario, en Siete anos em maio dicha sensibilidad se filtra a través de la narración oral, abrigada por una fogata en la que se devela el mito de la solidaridad, se compara a policías con hormigas y la tristeza y la rabia pelean por ver cual es más fuerte. La película de Uchoa pasa del amargo y desesperanzador relato de una larga noche en un ejercicio militar en el que varios jóvenes se levantan y se agachan al grito de “vivo” y “muerto”. Mientras la necropolítica se consolida como una fuerza a contrarrestar, Uchoa ofrece esperanza en una contundente línea : Ninguna noche dura para siempre, de hecho, la noche puede ser tan fugaz y consumirse tan rápido como una llamarada.
L’Île aux oiseaux
Dir. Maya Kosa y Sergio Da Costa
Diario de un aviario urbano. En Las flores de San Francisco de Asis (1950), Roberto Rossellini muestra a San Francisco de Asís teniendo un diálogo con Dios en primer plano, mientras hace un voto de nobleza. El contraplano no es una imagen del cielo como tal, sino ramas en la que diferentes aves trinan y cantan. Lo divino se manifiesta a través de los animales y protegerlos en el mundo contemporáneo es una labor anacrónica en el bello híbrido L’Île aux oiseaux, de Maya Kosa y Sergio Da Costa, que a través de la presentación del funcionamiento de un aviario demuestra la existencia de espacios en los que aún se puede tener un diálogo con lo divino, incluso a través de pequeñas ofrendas como las que están presentes en los primeros cuadros de la película.
El punto de intersección entre lo documental y la ficción recae en Antonin, un joven estudiante de cine que fue llevado por Kosa y Da Costa al aviario , ahí Paul funge como su maestro en el cuidado de las aves. La dupla de directores filma con enorme ternura y tacto primero la relación de maestro-aprendiz entre Paul y Antonin, para dar espacio después a los cuidados paliativos aplicados por Emile, una joven veterinaria y Sandrine, quien asiste en las labores del aviario.
Estos personajes guardan en su silencio una introspección digna del más representativo modelo bressoniano y aunque los cineastas han dicho que tenían en mente Diario de un cura rural al momento de filmar, además de Robert Bresson, se transpira el sentido de fatalidad del libro homónimo de Georges Bernanos. Las aves ya no pueden volver a un mundo ruin y destructor, indiferente a su tragedia, por ello la labor de Antonin, Paul, Emile y Sandrine, más que de cuidadores, es de auténticos artesanos, guardianes de otro tiempo.
L’Île aux oiseaux se permite la poesía sin comprometer la veracidad de su metraje, de hecho, la potencia y redimensiona la dinámica social/laboral del aviario elevándola a un nivel mítico. Esto se logra primero a través de las piezas de flauta y clarinete que acompañan la película y después a través de las imágenes del cuidado de las aves, particularmente las de un búho que había olvidado su pasado y por ello entrado en estado de shock. Aquí los humanos se convierten en gentiles facilitadores del ciclo de vida. En uno de los momentos más bellos de la película, el vuelo del búho rehabilitado se convierte en un poderoso avión despegando, una transición tan elegante como triste que es congruente con el tono profundamente melancólico de la película, el registro de un refugio, más que de aves, de una peculiar forma de santidad.
Como Fernando Pessoa salvó Portugal
Dir. Eugene Green
Lo cinematográfico no es una cuestión de duración sino de intención. Así como existen películas de más de 8 horas también las hay de menos de 30 minutos, la cuestión yace en el tiempo necesario para llegar al punto. Para el cineasta Eugene Green la palabra es la base de la visión, dado que las palabras se transforman en imágenes. Su más reciente obra Como Fernando Pessoa salvó Portugal es, si acaso, un primer enunciado que podría formar parte de un proyecto más ambicioso por parte de Green sobre el poeta portugués, pero este primer enunciado tiene toda la estructura, ritmo y cadencia de una obra completa.
Ante la inminente llegada de la Coca-Cola al mercado portugués en 1927, un joven Fernando Pessoa (el brillante Carlotto Cotta de Tabú y Diamantino) tiene la tarea de crear un slogan publicitario que ayude a posicionar el producto en un mercado prácticamente virgen. El slogan es tan inusual pero efectivo que despierta el temor del Primer Ministro (el gran Tiago Doria, colaborador habitual de De Oliveira), quién percibe en la peligrosa bebida el debilitamiento del Imperio portugués. A través de este bello y simple enunciado fílmico, relatado con notable economía formal de sus usuales planos y contraplanos, Green plantea, de forma casi anacrónica, la forma en las que las campañas publicitarias pueden amenazar Imperios enteros que usan poetas como mercenarios. Descritos por Pessoa (Cotto) como mentirosos por naturaleza.
El poeta del cortometraje de Green no pretende proteger a una nación más que a sí mismo, su ética le impide aceptar el mote del poeta de la publicidad, un mentiroso por naturaleza que no sucumbe ante los banales encantos de la carbonatada y oscura bebida. Así como la Coca produce los efectos del alcohol sin pecado, la modesta obra de Green produce los efectos de un largometraje en la duración de un cortometraje. El cine de Green, así como la Coca, primero extraña y luego posee.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)