Biutiful: Entre Bardem y el ego de Iñárritu

Biutiful llegó a las salas mexicanas con el respaldo de ser la última (o la más reciente dicen los educados de la lengua) película de Alejandro González Iñárritu, uno de los “tres compadres” (Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro completan el triunvirato) proclamados como los redentores del cine mexicano, además del soporte que le otorga el premio a la mejor actuación del Festival de Cannes para Javier Bardem; gracias a esto gozó de una gran campaña publicitaria a diferencia de las demás cintas de manufactura nacional condenadas a dar el semanazo en cartelera.

Iñárritu ejemplifica a la perfección uno de los síndromes que aquejan en la actualidad al cine mexicano: la falta de consistencia y evolución en la ideas del cineasta. Al revisar Amores Perros (2000), es notorio que el director está echando toda la carne al asador, a sabiendas de que hay muchas posibilidades de nunca volver a tomar una cámara, como muchos otros realizadores mexicanos caídos en desgracia.
En Biutiful se narra la historia de Uxbal, un catalán que inexplicablemente habla con los muertos (al estilo de Ghost Whisperer), además se dedica a colocar mercancía que producen un grupo de esclavos chinos en un taller y tiene cáncer de próstata. Todo esto sin el aderezo de la fragmentación del tiempo, convirtiéndose en una historia completamente lineal, situación predecible después de su sonado rompimiento con Guillermo Arriaga, coguionista de sus tres primeros filmes.
Pero es aquí donde comienzan las fallas, Iñárritu, a pesar de todo su esfuerzo, no logra cuajar un buen guión. El que Uxbal hable con los muertos nunca es explotado como recurso narrativo para ayudar a avanzar el filme, sólo como accidente de la trama, lo cual resta fuerza al gran trabajo que realiza Javier Bardem. Los personajes secundarios tampoco ayudan mucho, pues abundan y ninguno se desarrolla completamente, desde la ex esposa alcohólica y ¿prostituta?, la pareja de chinos homosexuales (diversidad metida con calzador), hasta la inmigrante senegalesa, todos empantanan la trama y como consecuencia, la cinta se siente larga sin justificación alguna.
Es gracias a la gigantesca actuación de Javier Bardem que la película encuentra su justificación. Su Uxbal es un personaje entrañable y de gran identificación con el público. No es de extrañarse que el jurado de Cannes lo eligiera como la mejor actuación del certamen. También como resultado del trabajo de Bardem que “El Negro” destaca en lo que mejor sabe hacer: un buen trabajo de actores y cintas con tintes de melodrama.

La búsqueda de historias universales por parte del director de 21 Gramos lo lleva a tratar de meter la mayor cantidad de elementos posibles dentro de un microcosmos (la inclusión de la relación gay es claro ejemplo de esto). Tantas particularidades impiden lograr la universalidad. Y hablando de escenas forzadas, la secuencia del antro es un hermoso concierto de sinsentidos.

Quizás Alejandro González Iñárritu recapacite para su próximo trabajo y busque un buen guionista. No es necesario que regrese con Arriaga, pero es casi 100% seguro que el ego desmedido del cineasta le impida ver más allá de su propia nariz.
Por Rafael Paz
@pazespa

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