A Alejandro González Iñárritu siempre le ha costado reírse en sus películas. Su filmografía está signada por el dolor y cierta mirada pesimista sobre el destino, un par de sentimientos que tienen su culminación en Biutiful (2010). Así, Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), 2014) es su primer remojón en la comedia, un intento por divertirse sin alejarse de sus temas cotidianos.

Riggan Thomson (Michael Keaton canalizando a Michael Keaton) es un actor que alguna vez fue famoso, una estrella de cine conocida por interpretar a un superhéroe en películas taquilleras. Desdichado, intenta recuperar su antiguo lustre montando una ambiciosa obra de teatro en Broadway, al mismo tiempo que busca acercarse a su hija, alejarse de su nueva pareja, entenderse con su neurótico coprotagonista y pelearse con su alter-ego. Todo al ritmo de las increíbles percusiones de Antonio Sánchez y la lente de Emmanuel Lubezki, en plenitud de facultades.

El protagonista de Birdman comparte rasgos con el Uxbal (Javier Bardem) de Biutuful, al ser un hombre metido en una fuerte crisis existencial incapaz de salir de ella o, al menos, de crear un puente con aquellos a su alrededor. Si Uxbal veía gente muerta como escape a su situación, Riggan discute con su yo enmascarado o destruye el camerino con telequinesis. Es un conflicto también presente en Amores Perros, 21 gramos y Babel.

Hasta cierto punto, la trama es un comentario sobre la carrera de Keaton y la de Iñárritu. Ambos eran considerados artistas en algún punto y su contacto y popularidad en Hollywood los alejaron de ese “arte puro”.  Birdman marca ese regreso de forma y fondo para los dos, gracias a su reflexión sobre la intención artística y el riesgo inherente que cualquier odisea creativa representa. Incluso se hace un apunte acerca del nulo compromiso del  crítico ante la creación artística. Después de tanto trabajo, éste se limita a juzgar o etiquetar el producto que tiene enfrente, sin invertir mucho a nivel personal para su producción. Una meditación presentada de manera más elocuente en el discurso de Anton Ego en Ratatouille (2007).

Por eso la carcajada de Iñárritu no es sonora; es más una lacónica mueca. La primera comedia de Iñárritu tendrá que esperar.

Por Rafael Paz (@pazespa)
Ésta es una reedición de nuestra cobertura del FICM.

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