‘Belzebuth’: El horror de un mal guión

Casi cinco años después de la (fallida) comedia El crimen del Cácaro Gumaro, el realizador mexicano Emilio Portes regresa a las pantallas de cine con Belzebuth, una cinta que, a diferencia de su trabajo anterior, pronto se revela como algo totalmente serio. No por nada la violentamente efectiva secuencia que introduce al protagonista (el detective de la policía fronteriza Ritter, interpretado por Joaquín Cosio) enfrenta al “tabú más dulce” (un término que no hace mucho utilizó el Fantastic Fest para una retrospectiva sobre el mismo tema): los asesinatos de niños, mostrando sin concesiones a un grupo de bebés recién nacidos –entre ellos el de Ritter y su esposa– siendo víctimas de una enfermera que se termina suicidando. Las matanzas de infantes y otro tipo de atentados se repetirán en diferentes lugares –un salón de clases, una alberca y un cine–, sin duda conectado la película con una realidad más asociada a Estados Unidos, aun cuando México tampoco logre escapar de ella.

El tono desolador, violento, de mex noir, con el detective trabajando en escenas del crimen que ciertamente lo remiten al peor día de su vida, se ve interrumpido para que Belzebuth, poco a poco, se convierta en una cinta de terror perteneciente al subgénero de lo sobrenatural, echando mano de elementos por demás sobreexplotados, como las posesiones demoniacas y los exorcismos. En este apartado, Belzebuth no aporta mucho y es una colección de clichés rumbo al clásico exorcismo que incluye a los personajes arquetípicos del “experto en lo paranormal” –Belzebuth es tan convencional que en este rol el actor americano Tate Ellington incluso se parece físicamente al “experto en lo paranormal” que interpreta Leigh Whannell en la franquicia de La noche del demonio o Insidious– y la mujer que sabe comunicarse con los espíritus (Giovanna Zacarías), quienes obviamente contrastan con la actitud escéptica inicial del detective Ritter.

El guión de Belzebuth (co-escrito por el propio Portes), es un verdadero desastre, más allá de los lugares comunes, que opaca por completo las contundentes secuencias de violencia iniciales, con sus explicaciones absurdamente “complejas” y consecuentemente irrelevantes para ligar las principales acciones: el México azotado por el narco como escenario de numerosas resurrecciones milagrosas que desembocan en una especie de versión de cuarta de Niños del hombre, con un cura (Tobin Bell, histrión también americano dado que buena parte de la película está hablada en inglés) que quizá es el diabólico antagonista o bien el heroico protector principal del nuevo mesías.

Hay destellos efectivos en el clímax propio del cine de exorcismos (con la variante de estar situado en un narcotúnel entre México y Estados Unidos) –aunque también momentos supuestamente terroríficos que dan más risa que varios gags de El crimen del Cácaro Gumaro (¡esa figura de Cristo parlante!)–. Sin embargo, en general, Belzebuth mantiene vigente el punto sobre el cine de género mexicano en el que los curadores/investigadores Mauricio Matamoros, José Luis Ortega y Jorge Grajales coincidieron cuando los entrevisté en 2013, previo a la otrora muestra de terror en 35mm Masacre en Xoco: “tenemos buenos técnicos y si tan sólo pudieran encontrar buenas historias, ya no escribirlas porque no pueden, tendríamos un mejor cine”. 

Por Eric Ortiz (@EricOrtizG)

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