‘Belmonte’: La destrucción del afecto

Para Erick Estrada

Un cuerpo desnudo suele provocar una reacción inmediata de incomodidad. La desnudez física pareciera ser algo reservado para el goce estético o físico y no como una develación de carácter. El pudor y la vergüenza actúan como poderosos agentes que ocultan el cuerpo como si este revelara profundos secretos. Para Belmonte, protagonista de la película homónima del cineasta uruguayo Federico Veiroj, la desnudez pareciera ser la conciliación con el miedo a la libertad, una preocupación recurrente en la filmografía de Veiroj.

Sea el bucólico proyeccionista de La vida útil (2011) o el agobiado joven que busca su emancipación de la iglesia católica en El apostata (2015), Veiroj explora facetas que no son usualmente asociadas a lo masculino: lo frágil y lo patético. El exitoso pintor Belmonte (Gonzalo Delgado) atraviesa una de esas socorridas crisis de la mediana edad justo cuando están a punto de celebrar su obra con una exposición en una prestigiosa galería, pero la conducta de este maduro artista de repente se transforma en la errante vacilación y duda de un tardío adolescente, aún con una hija que siempre parece estar mucho más centrada que él.

¿Por qué siempre están desnudos? Le pregunta a Belmonte su hija sobre los hombres desnudos que se pasean en toda su obra. El pintor no sabe responder con exactitud dado que percibe un mundo que se desmorona o que más bien, se deconstruye. En ese sentido, el cine de Veiroj pudiera parecer anacrónico en el contexto de las nuevas narrativas que la industria procura, pero a pesar de que su tema central es la masculinidad, el cine de Veiroj no asoma en ningún momento la impresión de ser misógino y quizá es más cercano a la sinceridad y franqueza del italiano Nanni Moretti (Caro Diario, 1983).

Belmonte no es un hombre harto de sí mismo, sino de lo que se espera de él. Veiroj interpela constantemente a su personaje en poco más de 70 minutos de duración a través de su propio trabajo. Los colosales penes que mantienen erectos en la obra de Belmonte crean un contraste, quizá demasiado evidente pero efectivo, de su fracaso y estancamiento. Un hombre cuya audacia parece encenderse a medida que renuncia a lo físico y se entrega más a los placeres oníricos y al afecto de su hija, sugerentemente llamada Celeste.

Aún en su brevedad, quizá la idea más bella en Belmonte sea que la crisis de la masculinidad se reconstruye en el afecto y no en la fuerza. La melancolía de Belmonte es pictórica, pero su optimismo, aún si frágil, es cinematográfico.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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