Avatar: innecesarias reflexiones sobre un fenómeno taquillero*

El veterano actor británico Roger Moore solía decir que, al ser cuestionado sobre su participación en las cintas de James Bond, una pregunta bastante frecuente era: ¿no le abochorna participar en un proyecto tan poco serio? A lo que el actor respondía con su característico sentido del humor: “bueno, ésa es su opinión y está muy bien, pero personalmente, yo encuentro un proyecto de 18 millones de dólares como algo bastante serio.”

Una respuesta que bien puede encajar con el tema del presente texto, y es que vale la pena preguntarse: ¿es digno de tomar en cuenta un proyecto como Avatar (2009), que tuvo un costo total entre planeación, ejecución y promoción, de algo así como 500 millones de dólares?

Después de su arrollador triunfo en 1997 con Titanic, y tras un “paréntesis” de 13 años –durante el cual, además de seguramente disfrutar de las regalías que le dio su película anterior, también se dio tiempo de realizar 3 documentales en IMAX y algunos capítulos de series para televisión en las que funge como productor–, el cineasta canadiense James Cameron regresó a las pantallas comerciales con un proyecto largamente acariciado.

Su retorno marcó una nueva aportación al sci-fi, género en el que parece encontrarse más a gusto y le ha brindado mejores resultados en taquilla, tomando en cuenta lo conseguido por películas como The Terminator (1984), Aliens (1986), The Abyss (1989) y una coherente secuela en Terminator 2: Judgment Day (1991), éste último, a juicio de muchos, marcó una pauta en cuanto al desarrollo de los efectos especiales.

Durante este tiempo también fundó su propia compañía de producción, Lightstorm Entertainment, así como una empresa dedicada al ramo de los efectos visuales, Digital Domain, con la cual se ubicó por algún tiempo como la más seria competencia de la Industrial Light and Magic de George Lucas en lo referente a la innovación en las herramientas digitales. Hay que señalarlo: la visión que Cameron suele manejar en sus películas resulta ser un par de grados menos chabacana en comparación al universo del creador de Star Wars.

Avatar aparece como resultado de una larga planeación, que, según el cineasta, no pudo ver la luz antes debido a la carencia de los recursos técnicos y la sofisticación requerida para poder ser llevada a cabo. Así, mientras el realizador dejaba de lado proyectos tales como True Lies 2, The Planet of the Apes y Spiderman, él y su equipo comenzaron a desarrollar ideas y un sofisticado software para dar vida a la que puede considerarse su equivalente personal de Star Wars, labor que el cineasta prometió daría como resultado un nuevo “antes y después” en el ramo de los efectos especiales y la magia digital.

¿Sonaba bien, no?

El proyecto de Cameron fue estrenado tras una larga espera en casi todos los países del mundo con un inusitado récord de taquilla, algo que supone un éxito histórico (al momento de escribir esto, los ingresos de la cinta alcanzan los 2.8 mil millones de dólares, lo que la han ubicado como una de las más taquilleras de la historia, por encima de aquél otro madrazo taquillero llamado Titanic, esto es, dos demoledores éxitos al hilo para un mismo director; sin duda, el sueño húmedo de cualquier cineasta…) y la confirmación de Cameron como un habilísimo empresario que sabe vender bien, demasiado bien quizá, sus productos, lo cual no es poca cosa y seguramente, motivo de envidia hasta para el mismísimo Steven Spielberg.

Ahora bien, como todo en este mundo, tiene sus pros y sus contras, es inevitable señalar también las reacciones que ha generado esta película en las audiencias alrededor del orbe, y es que, a primera vista, parece contar con la misma cantidad tanto de admiradores como de detractores.

Para los primeros: representa la promesa cumplida por parte de Cameron de entregar algo portentoso y una muestra de lo que, opinan, será el rumbo del cine de la “nueva era”. Mientras que para los segundos –los espectadores serios y mamones que nunca faltan–, se trata sencillamente de una idiotez planificada para atraer al mayor número de pendejos posibles a verla, lo cual amerita analizar esta cinta desde ambos ángulos.

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Empecemos señalando lo pinche: Cameron pasó años prometiendo ofrecer a las audiencias un espectáculo sin precedentes y una historia novedosa; no obstante, y en esto estoy de acuerdo con quienes la hacen mierda en sus comentarios, esta cinta no se distingue precisamente por su originalidad. Si George Lucas “tomó prestados” para su saga intergaláctica elementos fácilmente reconocibles de otras películas –la base de la historia de La fortaleza escondida (Kakushi-toride no san-akunin, 1958), de Akira Kurosawa, los créditos iniciales de viejos seriales como Flash Gordon, e incluso, algunos personajes casi idénticos en sus características a los de El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), combinados estos elementos con algo de filosofía samurai– en este caso, Cameron también se roba lo que puede:

  • Se piratea sin mayor miramiento a Frank Herbert en algunas situaciones planteadas en Dune (David Lynch, 1983): la profecía de la llegada del mesías proveniente de otro planeta para salvar al mundo y las hordas de guerreros que esperan su llegada.
  • El mensaje ecologista, el elemento mineral causante de la discordia y la posterior guerra que se desata por protegerlo. Las criaturas salvajes que pueblan dicho planeta y cuya participación en la batalla final será decisiva.
  • La historia de amor entre el supuesto elegido de los dioses y una de las nativas del planeta, quien, a su vez, es una fiera amazona, etcétera.

También se ha comparado acertadamente a este film con Danza con lobos (Dances with Wolves, 1990), de Kevin Costner, y, ciertamente, bien podría pasar como una visión futurista de aquella, con un personaje que primero llega en plan de conquistador que se convence de trabajar para el bando equivocado, reniega de su raza y lucha de la mano con aquellos a quien trató de someter al principio, después de hacer suyos sus usos y costumbres.

Combinando todos estos elementos con algo de filosofía prehispánica (la comunión indisoluble, tanto física y espiritual, del ser humano con la naturaleza y su entorno –con Dios–). Es difícil de saber si Cameron vio la cinta de Costner, pero más allá de eso, una gran cantidad de las situaciones planteadas me recordaron muchísimo el argumento de Cabeza de Vaca (Nicolás Echevarria, 1990), aunque es tema para otra ocasión.

Lo anteriormente expuesto permite afirmar que Cameron, así como Lucas, tiene más conocimiento del cine que de la vida y esta historia versa mucho más en copiar elementos de historias ajenas que en presentar un argumento original o innovador.

En cuanto al rubro de los efectos especiales, no comparto la opinión de aquellos quienes opinan que Avatar va a marcar la pauta de lo que será la cinematografía en un futuro inmediato, ni pienso tampoco que las técnicas empleadas en esta cinta sean precisamente innovadoras. Lo cierto es que la técnica de captura de movimiento para animación digital es una práctica bastante común desde hace casi 20 años (que aquí está mucho más desarrollada, es otra cosa) y de la tercera dimensión, querer mencionarla como algo novedoso… mejor ni hablar.

Viéndolo desde un punto de vista financiero-social, no deja de parecer insultante, aún para los estándares hollywoodenses y en estos tiempos de crisis internacional, la descomunal cantidad de dinero invertida en esto: 500 millones de dólares. Es una cifra francamente obscena para ser gastada en una sola película y hace del canadiense el director más caro de la historia (cosa que no es precisamente un elogio).

Hecho el análisis negativo, veamos el asunto desde otro punto de vista. Sin duda alguna, las maravillas que pueden lograrse con una cantidad tan elevada de dinero son lo primero que saltan a la vista: este proyecto de Cameron resulta ser un espectáculo audiovisual deslumbrante; los efectos conseguidos por computadora casi rayan en la perfección; los movimientos de las criaturas, la textura de su piel, el detalle extraordinario en recrear árboles, plantas, rocas, tallos, etcétera, hacen difícil de creer que la mayor parte de todo esto sea animación por computadora.

Además de la exuberancia visual que permea casi la totalidad del filme, más el hecho de que los logros de Cameron en esta película se hallan a años luz de lo conseguido por Lucas en las precuelas de su exitosa franquicia, en cuanto al realismo digital y la complejidad de la historia se refiere.

Esto es algo en lo que cabe hacer hincapié: si bien el argumento puede resultar totalmente predecible, resulta innegable la habilidad de Cameron para contar las mismas historias una y otra vez sin hacer que decaiga el interés del espectador en ningún momento, lo que nos habla de un director con una extraordinaria capacidad para el timing cinematográfico –como pocos–, ya que a pesar de ser una cinta de casi tres horas de duración, salvo por las molestias que pudieran ocasionar las gafas para 3D, la película apenas se siente, tiene un ritmo perfecto y la briosa mano característica del director para sacar adelante complejas y vertiginosas secuencias de acción, además del buen desempeño del reparto, por muy breve que este aparenta ser en una primera instancia.

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Otra cosa que se le agradece a Cameron es el hecho de no concentrarse en el lado cursi de la historia, como en Titanic, y concentrarse en aspectos más interesantes –la psique de los personajes humanos, por ejemplo–, y una poco velada (aunque bastante superficial, desde luego) crítica al militarismo/autoritarismo del ejército estadounidense, así como a la ambición de las Majors y las funestas decisiones que toman estas en aras de su propio interés, crítica que se hace patente a lo largo de la cinta.

Además, claro está, el acontecimiento que representa ver esta cinta en un formato como el IMAX 3D (me refiero, por supuesto, al formato presentado en gloriosos 70 mm y no a las fraudulentas exhibiciones en IMAX Digital), hoy por hoy, y me vale madres lo que opinen muchos relamidos por estos lares, quizás el último bastión, ante el embate de los adelantos tecnológicos aplicables a un home theater, de lo que representa vivir la espectacularidad de una experiencia cinematográfica.

No faltarán quienes opinen “bueno, este pendejo debe pensar que una buena película es una sucesión de imágenes chidas o bonitas…” y/o “¿qué tanto ruido le hacen a esta pendejada?”

Por supuesto que la primera respuesta para estos cabrones sería una mentada de madre de parte de un servidor, sin embargo, a pesar de ser un asunto tan intrascendente, uno no puede evitar tomar algún tipo de postura ante la opinión tanto de entusiastas como detractores. Quiérase o no, esta película constituyó (sorprendentemente) uno de esos raros casos en los que un mero e inofensivo producto comercial invita al debate (por más pendejo que resulte ser en realidad el tema a debatir) e, incluso, a la (infundada) controversia, se encuentre uno en cualquiera de los extremos.

Las autoridades del Vaticano (quienes aparte de pasarse la vida rascándose los huevos o encubriendo a sacerdotes violadores de menores de edad, no han de tener otra cosa mejor qué hacer), por ejemplo, declararon su molestia con la película, pues alegan que el mensaje de ésta sobrepone la naturaleza a Dios. Los distribuidores cinematográficos chinos casi boicotearon su estreno por aquellos lares, temerosos de que la cinta opacase (cosa que al final terminó haciendo) el éxito de la que se supone era su carta fuerte para ese año, una biografía de Confucio estelarizada por Chow Yun-Fat.

Como cualquiera podrá advertir, esta cinta ha sido ampliamente comentada, sino la que más, tanto en foros como blogs de críticas, en IMDBYouTube y demás, lo que nos habla del chingamadral de gente que ha asistido a ver esta cinta. Y es precisamente en ese punto que me gustaría poner las preguntas en la mesa, o más bien, invitar a todos quienes chingados se estén tomando la molestia de leer esto, a hacer un pequeño examen de conciencia.

Yo sé que aquí todos “somos” unos Georges Sadouls o, de perdida, unos Tomás Pérez Turrents en potencia –esto es: cinéfilos exquisitos que no ven chingaderas– y en su derecho están, cabrones. No obstante, ¿para qué hacerle al pendejo? Ya que habemos (y conste que incluyo a todo pinche mundo) muchos que sí las vemos, y no nada más eso, sino que las disfrutamos. Sin embargo, quizá por el “qué dirán” no reconocemos enfrente de la demás bola de weyes (que también son unos hipócritas bien hechos) que nos gusta una cosa tan 100% comercial como ésta. Preferimos aventar el choro declarando que para una tardecita de domingo, no existe nada que no sea Jean-Luc Godard, Ingmar Bergman o Andréi Tarkovski.

Sería interesante preguntarles a todos estos cinéfilos de clóset qué chingados esperaban ver. ¿Pensaron que ésta iba a ser una nueva Solaris (1972), una Stalker (1979) o una 2001… (1968)? ¿Nunca habían visto una película dirigida por James Cameron? Si a esto se me respondiera con un “no”, me parecería algo encabronadamente difícil de creer, salvo que el interrogado se tratase de un monje zen recién descolgado del Tibet, o bien, del mismísimo exmandatario de Bolivia Evo Morales (quien declaró que Avatar es la tercer película que ha visto en toda su pinche vida, y la primera de procedencia estadounidense; asimismo, ha dicho también que esta cinta le parece “un repudio total al capitalismo” (sic), lo cual no deja muy en claro si le gustó o no). Salvo una mejor opinión, cuando tú te metes a ver una película de un Cameron, un Quentin Tarantino, un Spielberg o un Robert Rodríguez, sabes de antemano en qué vas a pasar el tiempo, ¿o me equivoco? ¿Esperaban un filme de tesis, acaso?

Allí les va otra mejor: supongamos que están metidos en el pinche cine, ya sea en compañía de la novia o de los amigos, y resulta que en una sala están pasando una retrospectiva dedicada, digamos, a un Glauber Rocha o un Theo Angelopoulos, sin embargo, en la gigantesca sala IMAX de al lado, van a dar la premiere de una cinta como Avatar o Kill Bill 3… Francamente, ¿preferirían meterse a ver Antonio das Mortes (1969) o La mirada de Ulises (Το βλέμμα του Οδυσσέα, 1995) en la sala pequeña, o se meterían a la IMAX? La neta, ¿no se les antojaría ver Avatar en la comodidad de su casa, y en su propia pantalla de alta definición? ¿Cuántas personas conocen que tengan un DVD de Carl Th. Dreyer, y cuántos que tienen Terminator 2?

Posiblemente, estimados lectores que reniegan de esta película después de haberla visto, si lo hacen por quedar bien delante de todos, mejor olvídense. Un verdadero cinéfilo “exigente”, aquel que se siente colaborador de Cahiers du Cinema, es alguien quien nunca podría dar una opinión ni negativa ni positiva de una película como ésta, ya que jamás le pasaría ni tantito por la mente meterse a una sala de cine a perder el tiempo viendo una “basura” como este filme.

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Incluso ni esos se salvan de “cagarla”. Uno de los más destacados colaboradores de esa revista y posteriormente legendario director de cine, Alain Resnais, llegó a declararse admirador de la obra de James Cameron y, especialmente, de su Terminator 2: Judgment Day, a la que consideró como “la más elocuente y lograda metáfora espacio-tiempo que he visto en una película” (sic), ¿qué les parece?

Hora de las conclusiones. Resulta válido elogiar una cinta como Avatar, así como resulta comprensible echar pestes de ella. Ciertamente, no es lo que el grueso de los críticos considera una gran película, y ponerle un rating de 5 estrellas puede parecer algo exagerado. También me parece una exageración calificarla como una inmundicia, ya que es unos de esos proyectos que a un servidor le garantizan 3 horas seguras de esparcimiento (a fin de cuentas, la meta final de ir a ver una película), además de que su director ha declarado que, ciertamente, su intención no era hacer una película para concursar en Cannes. Vamos, si no existieran películas como ésta y todo el cine fuera Robert Bresson, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni y demás, ¿se imaginan que pinche hueva seria ir al cine?

Nos guste o no, las cifras hablan. La película siguió rompiendo madres en taquilla durante su reestreno en una versión extendida (aunque, siendo francos, a esas alturas del partido, uno hubiese preferido ver en pantalla la parodia porno de Avatar, estrenada también en 3D) haciendo lo mismo con su lanzamiento en video. Durante la exitosa gira de promoción del film, Cameron no desaprovechó la oportunidad, de pasada, de pintarse como un “defensor” de las comunidades indígenas del Amazonas al compararlos con los Na’vi de su película. Seguiremos teniendo hombrecitos azules para rato (están en desarrollo varias secuelas con miras a estrenarse en 2022, 2024 y 2026).

Y aunque, contra todo pronóstico, el filme no ganó el Oscar a Mejor Película, no se puede dejar de reconocer la (poco trascendente, desde luego) importancia de Avatar por haber logrado imponer un nuevo estándar, no precisamente en lo que a los efectos especiales se refiere (pienso yo), pero definitivamente sí en cuanto a los modos de exhibición. Después de su estreno, todas las majors percibieron el potencial económico de la tercera dimensión puesta de moda por el director canadiense, por lo que, desde entonces, son pocas las producciones Hollywoodenses que no son exhibidas en el dichoso formato, un motivo para celebrar, lamentar o saludablemente ignorar, según el caso.

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos

*Este texto se publicó originalmente en 2009, se han corregido y añadido datos para actualizarlo respecto de su versión original*

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