Aquellos cines de los que nadie tenía ni idea

Desde su llegada a México, el aparato cinematógrafo causó admiración y se ganó, en cosa de algunos años, un lugar predilecto entre la gente, asidua a las diversiones novedosas. En sus inicios, se arrendaban bodegas o casas donde se colocaba el proyector, algunas sillas y una pantalla y ¡que comience la función!. Pero, como todo en los tiempos modernos, se fue adaptando y pronto, para la década de los años 20, se estaban construyendo espacios creados específicamente para su proyección, como fue el caso del cine Olimpia, en la calle 16 de Septiembre, hoy en día convertido en una plazuela porno bastante regular.

En este tiempo podemos pensar que se han sucedido 5 o 6 generaciones de mexicanos que han disfrutado del séptimo arte en cines y teatros adaptados o construidos ex profeso para tal exhibición y especialmente ahora que el cine es más que centenario y que se presenta en los denominados multicinemas habemos a quienes nos ha dado por recordar con nostalgia los cines de antes. En este caso, identificamos como tales a los que nos acompañaron en nuestra niñez y juventud y que en muchos casos fueron edificios bastante grandes e imponentes, generalmente independientes y con una sola sala que bien podía acoger desde casi 1,000 personas, hasta cines enormes que llegaron a alojar más de 7,000 asistentes (casi un pequeño estadio). La nostalgia se da en parte por comparar los mini-cines de hoy con los macro-cines de ayer, que además eran capaces de llenarse hasta tenerse que sentar “en gayola”, o sea, en los pasillos y escalones interiores, cuando ya no había más lugar (castigo por llegar tarde a hacer la cola, si bien ésta se amenizaba con el organillo y la venta de dulcitos como muéganos).

Pero, ¿y los cines de nuestros papás, abuelos, bisabuelos y hasta tatarabuelos? ¿Qué se hizo de ellos? La respuesta probablemente más rápida y certera es: desaparecieron de la faz de la ciudad y del recuerdo. Algunos edificios existen todavía pero ya no como cines y por lo tanto la referencia se ha perdido. Por ejemplo, aun existe la construcción que alojó la Droguería Plateros y que hoy es un restaurante. También existe la Casa Borda, magnífico edificio donde se ubicó el afamado Salón Rojo.

El Club de Banqueros fue sede, primero, del Teatro Colón y luego del cine Imperial, y este club está vivito y coleando en la calle de Bolívar. Al viejísimo cine Flores, luego teatro Bernardo García, se le puede visitar y ver la grandeza descascarada de su ruina, en la esquina de las calles de Chopo y Las Flores. El cine Monumental ahí está, pero irreconocible como farmacia y billares. De los grandotes que han sido nuestros recuerdos y objeto de nuestras nostalgias, podríamos citar al menos cinco: el Mariscala, el Insurgentes, el Orfeón, el Ópera y desde luego el Metropólitan, que aun puede disfrutarse como teatro.

Pero, ¿y si hiciéramos una lista de cines DE VERDAD olvidados? Es de asombrarse la cantidad de cines que se nos fueron, y de los que ya nadie se acuerda. Mencionarlos es algo que a nadie le dice nada, pero, si estás en el proceso de leer esto, es porque perteneces de algún modo a la estadística que va más allá de la nostalgia, de la estadística de rascar un poco más en la historia de nuestra ciudad. Por lo tanto presentamos una lista de cines de “los que ya nadie tenía ni idea”, y que puede servir para presumirle a los amigos de lo mucho que uno sabe de estos tópicos.

Arrancamos con el Teatro Borrás (su nombre, desafortunadamente, se borró con el tiempo), ubicado en la avenida de la Paz 20. Luego la calle cambió de nombre a Jesús Carranza y el teatro se volvió el cine De la Paz. Este es un ejemplo del tiempo en que los cines y teatros compartieron su espacio de manera que era común que los llamaran Teatro-cine. Pocas veces permanece el edificio que los albergó o los restos del mismo; sin embargo, en el caso del cine De La Paz, todavía es posible encontrar reminiscencias arquitectónicas de esta vieja sala, localizada en el tradicional barrio de Tepito.

Para encontrar este edificio, es necesario buscar detrás de los puestos que día a día inundan esta zona de la ciudad, conocida por ser el oasis de la piratería y la fayuca, donde es posible conseguir todo aquello que uno desea, a precios irrisorios. Actualmente, este edificio funge como bodega y como herrería. Los vecinos del lugar, quienes por cierto no tenían conocimiento del pasado cinéfilo del edificio, nos comentaron que el segundo piso, donde existían unos billares, se vino abajo luego de los sismos de septiembre de 1985. En la parte de abajo existió durante muchos años una de las peleterías más grandes de la ciudad, como lo atestigua un rótulo sobreviviente en una de las paredes.

Otro de esos cines fue el Montecarlo, pedacito de tierra ubicado en el principado de Mónaco y famoso por sus casinos y su glamour, que no podía menos que inspirar los nombres de algunos sitios de diversión en el México de principios de s XX. Con tal nombre, además del cine que nos ocupa, también existieron algunas cantinas y bares, además del famoso cabaret que se ubicó en lo que actualmente es la avenida 16 de Septiembre, en el centro histórico de nuestra ciudad, espacio ocupado hoy en día por la pastelería Ideal.

Pero vayamos a lo que nos truje: el cine Montecarlo. Es uno de los primeros en existir en la Ciudad de México; se tienen registros de sus funciones desde aquel 1914, año en que las tropas de Francisco Villa y Emiliano Zapata entran a la capital. Se ubicó en la 6ª calle de Allende y su espacio se encuentra hoy ocupado por el mercado Lagunilla Varios, detrás de la Plaza Garibaldi.

Antes de que la ciudad se hallara dividida por las grandes avenidas que hoy conocemos, como Periférico, Reforma, Eje Central, Insurgentes y los ejes viales, la mancha urbana era más bien uniforme y los barrios y colonias se identificaban por el nivel socioeconómico de sus habitantes, y la calidad de los servicios que se ofrecían. En muchas colonias los servicios eran escasos, pero el cine supo llegar a todos los rincones de estos populares barrios.

Tenemos como ejemplo el cine Luna, ubicado en Avenida Peralvillo no. 62, en la colonia homónima. En la zona del centro abundaron estas pequeñas salas, muchas de las cuales duraron abiertas unos pocos años: cine Star, en San Diego no. 5 (cercano al hotel Cortés), cine Progreso en Mesones 192 y cuyo edificio aun se mantiene en pie, el cine Central, muy cerca de donde actualmente se encuentra el Mariscala, el Trianón Palace, en la esquina de Perú y Leandro Valle.

En los rumbos aledaños al centro, tenemos el cine Casino, en Guerrero no. 105; el Dorado, en San Lorenzo 163 (hubo otro, mucho más actual, el de la Plaza Universidad). Por la zona de Santa María la Ribera, hallamos el Alameda en la calle Carpio no. 101 (no confundir con el que algunos años más tarde se ubicó frente a la Alameda Central); el Félix, en la 6ª. de Sor Juana Inés de la Cruz; el Renacimiento en Manuel María Contreras 173; Palatino en Calle de San Miguel; San Hipólito en Avenida Hombres Ilustres.

Éstos son algunos cines en los que en las primeras décadas del siglo pasado se podía asistir a ver una película, de las amenizadas con piano, pianola, u orquesta. Algunas de nuestras bisabuelas, acompañando al tatarabuelo y llevando de la mano a algún abuelo cuando era chamaco, habrán pisado alguna vez uno de estos sitios, si entonces vivían en la Ciudad de México. Otros, probablemente nuestros bisabuelos, justo en ese momento, estarían echando bala en plena Revolución.

Por Luis Helguera y Nelly Rodríguez Tobón

FUENTES:

ALFARO Salazar, Francisco Haroldo, y Alejandro Ochoa Vega | Espacios distantes, aún vivos | Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco | México, 1997

DE LOS REYES, Aurelio | Cine y sociedad en México, 1896-1930 | Dos Volúmenes | Instituto de Investigaciones Estéticas | Universidad Nacional Autónoma de México | México, 1993

DE LOS REYES, Aurelio | Los orígenes del cine en México | Fondo de Cultura Económica / SEP Lecturas Mexicanas No. 61 | México, 1984

VAIDOVITS, Guillermo | El cine mudo en Guadalajara | Universidad de Guadalajara | México, 1989″

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