‘Apóyate en mí’: El galope de las manos

Mucho se ha discutido sobre aquello que marca la diferencia entre el hombre y el animal. Aristóteles afirmaba que ambos estaban hechos de la misma materia y compartían la misma alma, pero el renacentista Giordano Bruno puso la diferencia en la mano, como la que le permite al hombre construir la civilización y distinguirse de la bestia y al mismo tiempo establecer una relación con las mismas, sea a través de cínica crueldad o gentil compasión, ejes sobre los que gira la película Apóyate en mi (Lean on Pete, 2017).

Dirigida por el británico Andrew Haigh –quien se ha consagrado como un sagaz observador de la melancolía en películas como Weekend (2011) o 45 Years (2014)–, Apoyate en mí, basada en la novela Lean on Pete de Willy Vlautin presenta a Charlie (Charlie Plummer) un joven de 15 años que vive con su padre y que encuentra un trabajo de verano como cuidador de un caballo de carreras, noble bestia con la que entablará un vínculo que no ha tenido con ningún ser humano, ni siquiera con él mismo.

La película sigue una trayectoria difusa en su estilo, rebosante en composiciones de tintes naturalistas, luz y temperaturas de colores tenues que refuerzan que estamos ante una película emocional, más nunca sentimentalista, anclada siempre en sus personajes y no en sus situaciones. Haigh, incursionando por primera vez en el panorama estadunidense, ve a Charlie como un crío que ha crecido bajo la sabiduría de latas de cerveza y nostalgia reaccionaria que los hombres que le rodean profesan, particularmente su patrón Del (gran Steve Buscemi) y después de la pérdida de su padre por una negligencia médica decide emprender huida con Lean on Pete, el caballo de carreras.

Con una precoz tristeza crepuscular, el debutante Charlie Plummer se erige como el alma de la película entregando una actuación tan instintiva y genuina como la de Pete, el caballo, armando ambos una mancuerna que evoca las profundas conexiones que se pudieron sentir en Au hasard Balthazar (Bresson, 1965), Kes (Loach, 1969) o Wendy & Lucy (Reichardt, 2008). Incapaz de encontrar su lugar en un mundo de arraigado cinismo, Charlie pretende emprender un viaje de libertad y descubrimiento que se convertirá en una espiral descendente.

Sin tremendismo, sentimentalismo ni artificios narrativos, Haigh logra crear una película que posee la misma majestuosidad natural y viril belleza de un caballo que no tiene manos, pero no las necesita para dar todo el apoyo que una pobre cría humana necesita. Aquí nosotros somos quienes recibimos compasión, un cálido antídoto al cinismo del mundo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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