FICM | ‘Amour’: La crueldad del amor

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

El título de la última cinta del alabado cineasta austríaco Michael Haneke, reconocido quizá de manera injusta e imparcial como un misántropo, parece extremadamente ambicioso de principio, pero hace justicia a la compleja austeridad de un concepto tan vago como el ‘amor’. ¿Qué es lo que se reconoce como ‘amor’? ¿Qué lo define y cómo lo podemos ver? La respuesta de Haneke es tan dura, fría y concisa como una bofetada en nuestra complacencia emocional. No es sólo sobre el amor, sino también sobre sus límites, oscuros rincones y su inevitable erosión, en este caso por la muerte.

En Amour, Georges y Anne, nombres con una significación representativa en todas las cintas de Haneke, son dos maestros de música retirados que comienzan a vivir el deterioro en la salud de Anne a causa de una complicación cardíaca. De un punto negro en un retablo, Haneke logra plasmar todo un paisaje que por veces tierno, por veces cruel y siempre doloroso, nos remite a la dureza de la certidumbre, el saber que el tiempo consume todo. La duración de la película se siente pesada por la abrumadora sombra de la muerte y el deterioro físico, dictado con frialdad clínica.

La dupla central, interpretada por auténticas leyendas del cine francés, Jean-Louis Tringtinant (Mi Noche con Maud, 1969; Z; 1969) y Emmanuelle Riva (Hiroshima Mon Amour, 1959; Leon Morin, 1961) explotan su fuerte presencia para volver este retrato aún más cercano e íntimo, haciendo contrapunto al estilo directorial de Haneke. Con actuaciones excepcionales, honestas y valientes Tringtinant, y particularmente Riva, se convierten en el agonizante corazón de la película, cuyo dolor y desesperación se sienten cercanos para aquellos que han tenido padres o abuelos en una situación similar.

Su mismo status como íconos de un pasado cinematográfico hoy en desuso hace un comentario también sobre la gradual muerte del cine como medio de expresión, uno que aparentemente se va quedando catatónico y que nos mira con dulzura mientras del otro lado no hay más que consternación y desorientado asombro.

Sin embargo, a pesar de la facilidad con la que se puede manipular a la audiencia usando viejitos que sufren a lo Corona de Lágrimas, Haneke evita todo este jaleo haciendo uso de una técnica que denota una maestría y dominio del medio únicos, dejando que la historia irrite hasta el último colon de la audiencia. La ‘crueldad’ tradicional en el cine de Haneke, para un espectador incauto, parecería desaparecer, pero únicamente fue estrechada en las dos horas de duración, un continuo dolor que hace una erupción cerca del final que nos enerva y duele tanto como a ambos protagonistas.

Completan el reparto la celebérrima Isabelle Huppert (otro icono en juego) como la hija de Anne y Georges, incapaz de entender la relación de sus padres e incluso la propia con un pedante inglés interpretado por William Shimell (Copie Conforme, 2010). Por otro lado, la presencia de otros personajes recae no en lo visual, sino en lo aural, el espectro de Schubert, una paloma y españolados inquilinos enriquecen una dura lectura.

Al final, nos quedamos como el estudiante modelo de Anne y Georges, planeamos nuestra visita, decimos que fuimos de improvisto, prometemos algo y agradecemos esos momentos “hermosamente tristes”. Nada de lágrimas, no sean niñas.

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