‘Amor en forma’: Soledad sin calorías

Desde los años 80 no se veía una fiebre tan pronunciada por el culto al físico y el wellness, particularmente con el auge que la alimentación probiótica, el crossfit o los extenuantes programas de ejercicios explosivos así como el ascenso de gimnasios con una filosofía que propone un bienestar y equilibrio más postizo que auténtico, uno que embellece el cuerpo pero es incapaz de saciar deficiencias emocionales.

Uno de los últimos voceros de un genuino cine independiente en Estados Unidos, junto a Joel Potrykus y Rick Alverson, el cineasta Andrew Bujalski (Computer Chess, 2013), le entra parcialmente al juego de un cine “más comercial” en su filme Amor en forma (Results, 2015).

En el filme, Bujalski presenta la historia de un triangulo amoroso conformado por Kat, una atractiva, eficiente e iracunda entrenadora personal que trabaja para y tiene sexo ocasional con Trevor, dueño de un gimnasio, empedernido entrepreneur del fitness que tiene como cliente a Danny, un multimillonario que se comporta como un miserable holgazán y cuya meta física es ser “capaz de aguantar un golpe”.

De un tono claramente ambiguo y peculiar, el cine de Bujalski se ha caracterizado por un claro desapego por sus personajes, rebosantes de patetismo e ironía que en Amor en forma invade incluso a aquellos seres que parecen ser inmunes a esto: la gente atlética, estampas de una arraigada ideología que impone el cuerpo como el reflejo más fiel de la plenitud, cuando en realidad hay un gran desasosiego, confusión y soledad.

A pesar de sus inconsistencias en el tono, particularmente hacia el segundo acto, Amor en forma, con un indeleble aroma a indie americano de los 90, resulta entrañable en gran medida gracias a la interacción entre sus tres personajes centrales, interpretados sagazmente por la bella Cobbie Smulders (Los Vengadores, 2012), el gran actor de carácter australiano Guy Pearce (Memento, 2001) y la siempre intimidante presencia del oriundo de Brooklyn, Kevin Corrigan como Danny, que en este filme resulta el catalizador que expone la dura realidad de sus entrenadores físicos, tan emocionalmente ineptos como él y apoyado por un memorable cameo de Anthony Michael Hall como una especie de zar de la pesa rusa.

Parecería que después de sus lacónicas comedias, Bujalski esta cediendo a las presiones de una industria ávida de vender y ser capaz de generar la “experiencia de felicidad”, pero Bujalski mantiene su estilo incluso con presiones externas y como todo un atleta hábil, integra un obstáculo para generar una oportunidad de crecimiento en su interesante filmografía, por que así como los atletas, resulta injusto descalificar el trabajo de un cineasta en base a su último resultado.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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