‘La libertad del diablo’ y las secuelas de la guerra

Sin duda, Everardo González es uno de los documentalistas más agudos y talentosos del país. Sus preocupaciones sociales se ven plasmadas en pantalla con elocuencia, potenciadas por un gran manejo de los recursos cinematográficos. La libertad del diablo es la confirmación de su estatus como uno de los mejores cineastas del país.

La guerra contra el narcotráfico, iniciada en el sexenio de Felipe Calderón, ha saturado nuestra dieta informativa desde hace diez años. Su presencia nos ha acostumbrado a la violencia, volvió cotidiano el infierno en que nos metimos como país. La herida sigue abierta, pero su presencia se ha prolongado tanto que aprendimos a vivir con ella. ¿Qué pasó en la última década? ¿Quién lo permitió? ¿Cómo vamos a superarlo? Ésas son las preguntas que se hace La libertad del diablo, mientras intenta encontrar respuestas en medio del sufrimiento y el dolor.

Frente a la cámara desfilan una decena de rostros, todos cubiertos por una máscara de textura indefinida (muy similar a las usadas para atender pacientes con quemaduras graves). Las cabezas narran la manera en que la violencia trastocó sus vidas. Hay víctimas y criminales, policías y militares. Todos forman un espacio difuso, donde las categorías se vuelven innecesarias. Sus voces y ojos son el único vehículo posible de identificación para el espectador. La inexpresividad de sus rostros resulta el contrapunto perfecto a esas voces que narran muerte y olvido. La libertad del diablo es un tour de force para entender al país, una travesía necesaria marcada por la angustia de cada testimonio.

A lo largo de su compacta duración (poco más de 70 minutos), González deja muy claras sus intenciones: entender al país, denunciar lo sucedido y comprender cómo se llegó a ese punto. En una charla posterior a la proyección de la cinta en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (donde el público quedó mudo), el realizador aseguró que siempre tuvo en mente que una película tan dolorosa como la suya no podía extenderse demasiado y que los testimonios mostrados son apenas la punta del iceberg. No es necesario buscar demasiado para encontrar jóvenes que expliquen a cuadro cómo se iniciaron en el negocio del narcotráfico y el dinero fácil colmó sus manos. O escuchar en cada plaza a madres envejecidas por la preocupación no saber dónde están sus hijos. O, militares arrepentidos por no tener otra alternativa que ejecutar órdenes superiores. Todos somos esas voces.

El cine mexicano (sobre todo el documental) ha intentado entender el narcotráfico y la violencia inherente a su presencia de diversas formas. Pocos lo han hecho con la sensibilidad y tino de Everardo González. Su trabajo es una invitación a revisar nuestro pasado, antes de convertirnos en presas del olvido. Alguien le soltó la rienda al demonio, llegó el momento de pedir cuentas.

Por Rafael Paz (@pazespa)
Una versión de este texto fue publicada originalmente en Forbes México Digital.

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