Alice ya no vive aquí: La ilusión de las feminazis

Lo más desafortunado de hacer una obra que un grupo perciba como parte de su ideario es que los temas originalmente concebidos se pierden mientras la gente adapta la creación ajena a sus propios prejuicios. Le pasó a Henrik Ibsen, quien en vez de ser visto como psicológicamente honesto, fue acusado de feminista, por Casa de muñecas, y le sucedió a Martin Scorsese con Alice ya no vive aquí (Alice Doesn’t Live Here Anymore, 1974).

Precisamente por su reputación, la mera idea de ver la cinta del italoamericano, reconocido más bien por sus exploraciones de la virilidad, genera desinterés. Sin embargo, vale la pena abandonar nuestras concepciones ante esta película, pues prevalece el humanismo en un estudio que nos revela una compasión inmensa en Scorsese.

Recientemente enviudada, Alice Hyatt (Ellen Burstyn en una actuación merecedora del Oscar) emprende un viaje con su hijo, Tommy (el insufrible y a la vez adorable Alfred Lutter), para poder reiniciar su vida. En el camino conoce a diferentes personajes que la llevan a evaluar sus decisiones e incluso a cambiar su rumbo.

Hasta este punto, la trama promete algo sencillo, digno de una cinta melodramática y carente de verdad alguna; sin embargo, es en los detalles y en la habilidad narrativa de Scorsese, caracterizada por la violencia y la crudeza, que los temas se desvían de la idea general planteada por el guión de Robert Gretchell –la diferencia se nota en la serie que escribió Gretchell, basada en la película–.

La relación entre madre e hijo es particularmente reveladora de la intención del director, pues vemos una relación complicada en el retrato de un niño mimado y su permisiva madre en constantes encontronazos. El cambio en el tono, de alegre a violento, es generalmente imprevisible y aunque hay una tensión constante, los enfrentamientos comienzan instantáneamente, motivados por una broma demasiado pesada o un insulto cruel.

Esta relación es la más expresiva, en términos de la teoría del objetivo correlativo –T.S. Eliot pensaba que un objeto o una cadena de eventos debían reflejar el carácter y las emociones del protagonista–, y nos lleva a la noción de que Alice ha estado haciendo algo mal; su vida no es la de una víctima y ahí es donde el argumento feminista se quiebra.

Como nos lo muestra la escena inicial, Alice es una mujer fantasiosa; ella recuerda, no vívidamente, sino de manera idealizada, su infancia en Monterey, California, durante la cual solía pensar que cantaba mejor que Peggy Lee. Un atardecer y un set que evocan a los del inicio de El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939) nos representan su imaginación y nos explican la clase de persona que es Alice.

El contraste inmediato con el glam rock de Mott the Hoople y una casa modesta en Scorro, California, nos indican un cambio y una desilusión. Alice no vive como sueña y la muerte de su esposo no le causa tanta pena como se esperaría; se le ve más triste de separarse de su mejor amiga, Bea (Lelia Goldoni; no más la chica de Shadows, de 1959), y su forma de actuar es generalmente patética hasta el punto en que admite haber cometido errores en su vida.

Alice es en realidad débil, “no sé vivir sin un hombre”, admite en un punto, y es obvio, pues no es sino hasta que muere su insoportable marido (Billy Green Bush) que sale en busca de algo mejor y nada difícil le resulta caer en los brazos de otro, así sea un desequilibrado Harvey Keitel o un ilusorio (y tiesamente actuado) Kris Kristofferson.

Su hijo malcriado y malhablado es también un reflejo de los errores de Alice; si fuera una madre modelo, él no se comportaría así, pero ella prefiere mostrarse sexy o patética para conseguir un trabajo como cantante y cumplir el sueño de su infancia, una regresión, por cierto, confirmada por el destino de su viaje: Monterey.

La forma es también fundamental en esta cinta, pues la estimulación visual y la edición se enaltecen a un grado sublime cada vez que Alice canta. Scorsese busca representar el estado de ánimo de su personaje con su estilo y nos advierte de la grandeza que está por alcanzar en Taxi Driver (1976) y que perfecciona en Toro Salvaje (Raging Bull, 1980).

Alice ya no vive aquí es un estudio de la psicología de una fracasada, disfrazado bajo los hilarantes y ligeros momentos cómicos que contrastan con la desilusión y la violencia doméstica. A pesar de una reducción en la intensidad de la cinta hacia el final, debemos interpretar la conclusión como una, no de esperanza, sino de recurrencia. Scorsese nos brinda una excelente cinta que, si bien no es perfecta, sí contiene una brillantez humanística lejana al discurso feminista y más bien, consciente de la responsabilidad eludida.

Por Alonso Díaz de la Vega

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    1 Response

    1. Guido

      Una fracasada? mmm…
      habría que haber vivido 40 años atrás para entender las necesidades, condiciones, y opresiones con las que convivía la mujer de la época.
      Puesto que no fui participe en vida de esa época no me quedan más que los libros y la historia para desarrollar un criterio, una visión al respecto.
      Feminazis y fracaso me parecen mucho.

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