Afuera de Satán: aburrimiento bucólico

El cine contemplativo está llegando al tipo de exceso que derribó al rock progresivo a principios de los 80, pues en su afán por llegar al alumbramiento filosófico evade la comprensión y el aprecio. Pareciera que la tendencia actual en cada festival de cine es abrumar a críticos y demás asistentes con horas invertidas en preguntas que los cineastas se niegan a contestar, eludiendo su responsabilidad como mensajeros para quedarse en el rol llano de narradores pero sin la capacidad de entretener.

Hay cintas, como Había una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011), de Nuri Bilge Ceylan, en las que la contemplación es rica y, aunque externa, favorece una narración omnisciente que nos deja penetrar en las almas de los personajes y enriquece las historias con su naturalidad, pero hay otras, como Afuera de Satán (Hors Satan, 2011), de Bruno Dumont, en las cuales la audiencia ve lo que podría escuchar, mejor narrado, de un campesino.

Dumont nos muestra –pues no relata– la historia de un vagabundo y su joven seguidora, quienes matan en los primeros instantes del filme al abusivo padrastro de ella, rezan y viven juntos y separados en una rutina quebrada por rituales de exorcismo, agresión física, sexo sin protección con resultados espumeantes –no por la pasión– e inexplicables eventos como el instantáneo apaciguamiento de un incendio y una resurrección.

Durante la cinta, la audiencia no puede sino preguntarse qué es lo que sucede, esperando respuestas al extraño comportamiento del vagabundo, cuyo parecido con Jim Caviezel y, por tanto, con Cristo, nos hace pensar, a la par que su capacidad para realizar estos extraños y desmejorados milagros –no ofusca la ausencia de efectos especiales como la falta de alguna reacción–, en la posibilidad de estar viendo La Segunda Venida del mesías.

Sin embargo, el confuso título, el asesinato del padrastro y la paliza que el vago le propina al enamorado de su seguidora nos hacen pensar en, ya sea un mesías posmoderno que en vez de narrar parábolas las lleva a cabo, o en la encarnación de Abraxas –no el disco de Santana–, la deidad absoluta conformada por bien y mal, tratada por Herman Hesse en su novela Demian.

Sin importar cuál sea la interpretación adecuada, Dumont se niega a responder las interrogantes. Su historia se abre a cualquier interpretación y, por lo mismo, su mensaje se pierde en la duda, si es que existe alguno. La cinta carece de una estructura clara y de un realismo psicológico que nos lleve a comprender algo o siquiera entretenernos con la anécdota.

Aunque es fascinante ver la película por sus bellas imágenes de la desolada costa norte de Francia –el mesías no viviría en la Côte d’Azur–  y por los enigmas que nos presenta su silencio, es desesperante el no comprender la naturaleza de este extraño individuo, ni lo que el director haya querido expresar.

Pero Dumont busca precisamente este efecto, entonces no se puede hablar de un fracaso, pero sí de una contradicción, pues Afuera de Satán fue dirigida por el mismo hombre que señaló: “Siento que tengo un deber político de llegar al público. Quiero hacer filmes que la gente quiera ver. Así que si la gente quiere ver a Johnny Depp o Tom Cruise, entonces realmente es mi trabajo el incorporarlos en mis filmes”… se ve difícil.

Frustrante con la intención de serlo, Afuera de Satán es una película cuya anécdota tiene esa cualidad místico-bucólica de la literatura de Juan Rulfo, pero de una forma sólidamente más aburrida, al tiempo que nos hace pensar y reflexionar, decepcionantemente, en un argumento vacío. Si usted anda en bicicleta, colecciona vinilos y usa lentes de pasta, seguro la apreciará.

Por Alonso Díaz de la Vega

 

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