El canadiense Bruce LaBruce ha desafiado de forma consistente la forma de acercarse a distintos géneros desde una perspectiva queer, infinitamente más lúdica que activista. Películas como Otto, el zombie (Otto; or, Up with Dead People, 2008) o Gerontophilia (2013), han distinguido a La Bruce por un desparpajo que, aunque no es tan incisivo como el de John Waters, encuentra mayor resonancia con el revisionismo de su compatriota Quentin Dupieux (Le Daim, 2019).
En Saint-Narcisse, sigue a un joven (Felix Antoine Duval) –cuyos rasgos se asemejan a los del Narciso de la mitología griega– que descubre que su madre esta viva y viviendo en el bosque con una misteriosa joven.
Obsesionado con su propia imagen, al reencontrarse con su madre (Tania Kontoyanni), el joven descubre que tiene un gemelo internado en un monasterio. La tensión sexual entre prácticamente todos los personajes de la película le permite a LaBruce muchísimas de sus indulgencias homoeróticas, sea entre hombres o mujeres. Aunque lo que antes era “provocativo” y “audaz”, quizás ahora va mucho más allá de las cosas que estimulan al cineasta canadiense.
Si su mezcla de brujería, erotismo e implicaciones mitológicas y religiosas (Narciso, San Sebastián, etc.) pudiera parecer transgresora, LaBruce aparenta haberlo rebasado el tiempo y es evidente que tampoco le interesa mantenerse vigente más allá de poder filmar la tensión que siempre le ha interesado: la libertad absoluta de la belleza masculina y la abolición de los mecanismos que pretenden someterla.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)