‘Amores peligrosos’: Frituras rosas

A que no puedes comer sólo una…

A que no puedes comer sólo una…

El director Lee Daniels es muchas veces ninguneado en el panteón de directores contemporáneos con una voz distinguida, a pesar de haber presentado cintas en festivales de calibre como Sundance y Cannes. Desafortunadamente, pocos directores afroamericanos ganan notoriedad por la calidad de su trabajo, pero Daniels logró colocarse como uno de los más importantes después de alcanzar una candidatura al Oscar como mejor director (proeza sólo lograda por John Singleton por Boyz in the Hood).

La cinta que lo encumbró fue Precious (2009), aclamada por un sector como una obra de resonante brutalidad y grotesca elegancia mientras que otros la despedazaron como un trozo de pornografía miserabilista. Ahora, Daniels, cineasta altamente polarizante, logra una cinta freída en simbolismos pulp, saturada en el espíritu del cine independiente sesentero, estéticamente salpicada del espíritu del cine de John Morrisey que fue producido por Andy Warhol (Heat, 1972 y Trash, 1970), la vilificada Amores peligrosos (The Paperboy).

La cinta narra la historia de dos hermanos (Matthew McConaughey y Zac Efron) que investigan el caso de una especie de psicópata sexual condenado a muerte (John Cusack), siendo convencidos por una misteriosa mujer (Nicole Kidman) que el hombre es inocente. A partir de este punto se entretejen una maraña de cochinadas, suciedades y perversidades que alcanzan puntos de ebullición palpables e hipertexturizados.

Daniels borda una historia de texturas retro, bordadas en la forma que la dupla Morrisey/Warhol presentó a un desfile de decadentes personajes en diferentes cintas con una tónica de fuerte orientación underground. El grano de la imagen explota ante el tangible calor del sur de Estados Unidos, donde la cinta se desarrolla, los personajes están en constante transpiración, Daniels los satura, ensombrece y los engrasa de manera explotativa. Si el género pulp de la novela de Pete Dexter era ya grasiento, Daniels vuelve a freír lo ya frito.

El ensamble para la cinta es ecléctico y los lleva a registros que difícilmente volverían a tocar en sus carreras. Efron logra un papel maduro, que ayuda a alejarlo un poco de las sosas fantasías de High School Musical, aunque Daniels no le hace ningún favor  teniéndolo en calzón blanco tipo Baby Creysi un 80% de la cinta. McConaughey, por otro lado, continuó su redescubrimiento actoral con esta cinta que inició con la fábula gótica Killer Joe de W. Friedkin. Cusack se pone delineador en sus ojitos, David Oyelowo logra una interpretación sólida y siempre será un gusto ver a Scott Glenn y echar el cotorreo con la presencia de Macy Gray.

Pero, hablemos de Nicole Kidman.

Charlotte Bless es un personaje único. De un glamour paupérrimo, inquietante sensualidad y avasalladora presencia. Modelada en los personajes interpretados por Sylvia Miles, Nicole Kidman se desenvuelve con brutal convicción a la particular visión de Daniels (quien también ayudó a la colosal creación de Mo’nique en Precious). Kidman es una actriz injustamente valorada por la audiencia, preocupada más por sus cirugías y aspecto que su enorme rango actoral. Kidman se roba la cinta con abrumadora facilidad, presentando el retrato de una mujer emocionalmente frágil protegida por una coraza de mugroso brillo. Orinarle encima a Zac Efron es un acto de maestría actoral.

A pesar de contar con un estilo visual bien definido y en sucia sincronía con su material de origen, The Paperboy se indigesta con su propia trama y personajes, llevándolos a extremos risibles, desarmando una bien construida primera parte con rapidez. El ritmo decae, los personajes cambian de dirección y el final resulta en un pantanoso absurdo. El repudio de muchos sectores a la película parece ser gratuito, el miedo a romper una sana dieta fílmica se confronta ante toda la tentadora grasa de The Paperboy, la cual corroe hasta el papel de estraza más resistente.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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