8º Los Cabos | Observar las aves: armar la mirada

La ornitología se basa en la paciencia, virtud que resulta inconcebible en un contexto de vertiginoso ritmo, que produce y consume información e imágenes con la misma velocidad con las que las deshecha. No hay tiempo de ver todo, tampoco lo hay para esperar apreciar una sola cosa. Esta ausencia de tiempo e imagen recorre la película Observar las aves (2019), de Andrea Martínez Crowther, que consiste en el registro que una prestigiada académica especialista en Marcel Proust llamada Lena Daerna hace del Alzheimer que padece. Quiero grabar mi desaparición, dice una extraordinariamente lúcida Lena al inicio de la película, pero más que su desaparición, lo que Martínez Crowther logra registrar es la recreación de una desaparición a través de una sincronía de textos, imágenes y memorias que de tan perfectos, no podrían ser más que ficticios.

La película se estructura a tres idiomas (francés para la poesía, inglés para el amor y español para “la madurez”) y dos narraciones: la primera de la propia Lena y después la de Andrea, la directora, que justifica su presencia cuando nuestra narradora original es incapaz de continuar el relato ante el inminente deterioro. Cuando Lena pierde la facultad de gobernar su mente, como dice la bella cita de Montaigne a la que es afecta, Observar las aves lucha por no perder la elocuencia, gracia y ligereza de los registros de Lena, sin embargo, cuando la película muestra a Andrea grabando a Lena mientras arma un rompecabezas, su presencia se justifica. Lo que parece un acto lúdico es, en realidad, una cruenta batalla contra el olvido, que para no perdernos, requiere otro punto de vista.

Cuando menos así lo enfatiza la misma directora al evocar las enseñanzas de la escuela de cine al señalar la importancia de la perspectiva de quien cuenta la historia, pero si estamos hablando de un proceso degenerativo en el que la lucidez se va perdiendo ¿no hubiera sido más natural dejar que la narración se perdiera también? Quizás haber tomado el riesgo pudo haberle dado a Observar las aves una cualidad que la distinguiese de otras películas similares: la inmersión total; no obstante, Martínez Crowther toma la batuta hacia la segunda parte, primero con el consentimiento e incluso una advertencia de LenaYo no voy a terminar esta película– y posteriormente terminando con un abierto rechazo y el previsible extrañamiento.

Como si fuese el avistamiento de una extraña ave, Observar las aves constantemente alude al hecho de que la imagen no es indeleble y que su registro es la fuente más confiable para guardar su pureza. Si ya la memoria es falible e imperfecta, cuando sufre una enfermedad, más que atrofiarse, las imágenes pueden fluir de una forma tan libre y pura que se vuelve atemorizante, idea que solo en algunos momentos tiene presencia en la película. Tal vez lo que impide a la película volverse genuinamente extraordinaria es mantener a una distancia segura ese fluir y el aturdimiento. Observar las aves es una obra de melancólico plumaje y paciencia lúdica que ofrece estimulantes reflexiones sobre la imagen y su condena al olvido.

Antes la cámara era mi amiga, dice Lena con suspicacia cuando Andrea la graba las primeras veces, gradualmente la empatía y la desesperación de la cineasta también se vuelven piezas valiosas en la fotografía que la película pretende armar y cuando finalmente todas las piezas caen en su lugar, la imagen armada nos sorprende por ser distinta a lo que pensamos se vería al final. Tanto la ornitología como el ensamblaje de un rompecabezas requieren de la paciencia para apreciar el momento en el que la imagen llega. Sin embargo, mientras en la primera, el avistamiento es esperado, en la segunda se construye. Si como afirma Lena, la mirada no tiene nada que ver con la vista, quizá tenga que ver con la memoria y perderla es dejar ciego el recuerdo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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