‘El nuevo Nuevo Testamento’: El divino nefasto

Uno de los personajes, ficticios dirían algunos, que más han despertado el interés del ser humano desde tiempos híper remotos ha sido el mismísimo Creador, bajo cualquier denominación, forma o credo. La omnipotencia de Dios ha sido explorada desde distintos ángulos en el cine, de la insignificancia (El séptimo sello, 1957) o la sátira (Nazarín, 1958) hasta la fantasía posmoderna (Todopoderoso, 2003). Nuestras hipótesis de cómo es que el Creador logra dirigir el mundo y aún le sobra tiempo de llevar a los niños al futbol resulta realmente prodigiosa.

Es dentro de la fantasía, grotesca y rebosante en sacarina, que el cineasta belga Jaco Van Dor Mael (Mr. Nobody, 2003) trae a las pantallas una visión que por su premisa resulta ciertamente intrigante, pero cuya ejecución es fallida en más de un sentido.

El Nuevo Testamento plantea la idea de que Dios es un miserable mamarracho que vive encerrado en un pequeño y sucio departamento en el corazón de Bruselas, controlando el mundo desde una computadora que parece traer Windows 95, viviendo junto  a su esposa y su hija, Ea, quién vive a la sombra de su famoso hermano JC -no el rapero, el profeta- mejor conocido como Jesucristo. Es entonces cuando Ea decide alterar el errático orden de su padre, revelando al mundo entero el tiempo que les queda de vida y sumando a seis nuevos apóstoles para crear un novísimo Nuevo Testamento.

Van Dormael tiene algunos momentos inspirados dentro de la película, pero su pretensión de subversión e iconoclasta esta mucho más cercana a una burda melosidad jeunetiana (Amelie, 2001) que la elegancia y aguda sobriedad de la brillante La Voiee Lacteé (1969).

Ya había afirmado el mismo Buñuel en algún momento que Jesús era una sabandija y su ateísmo se convirtió en objeto de celebración más que de condena gracias a la sagacidad y largo alcance de su visión, por su parte, el belga Van Dormael se muestra como más como un humorista mediocre cuya “crítica” se acerca más a una rutina de stand up que necesita cuando menos una cantidad moderada de licor vulgar para ser tolerable.

La película rebosa en recursos de un realismo fantástico barato, surrealismo grotesco y para colmo reciclado. Basta con mencionar un ejemplo: aquella historia de la Deneuve pegando ombligo con un gorila que ya se había visto, con mayor sensibilidad entre Charlotte Rampling y un chimpancé en el filme Max Mon Amour (1986) del nipón Nagisa Oshima.

Este “nuevo” Nuevo Testamento concibe a un Dios con debilidades y defectos humanos que vive en Bélgica, pero no es necesaria la rudimentaria iconoclasta del cineasta belga para darnos cuenta de la falibilidad del Creador. Basta con ver la tapa de los periódicos en el mundo del 23 de marzo del 2016.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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