55 Muestra | ‘La casa de la radio’: Un tributo a la voz

La imagen se está devorando al sonido como Crono a sus hijos. La tradición oral sucumbe a una incompasiva transformación mientras el mundo se alfabetiza de nuevo para hablar ya no con lo que se puede oír, sino con lo que se puede mostrar. Y sin embargo el cineasta francés Nicolas Philibert crea, con su documental La casa de la radio (La maison de la radio, 2013), más que un reposo, un tributo a la industria que construyó un imperio y que aterró a una sociedad, crédula del engaño de un joven Orson Welles.

En la cinta la voz aparece como síntoma y síntesis de la radio. Lo primero que escuchamos es una constelación de murmullos inquietos, indiscernibles, que anuncian un largo día de trabajo en la estación Radio France. Los personajes no tienen nombre salvo cuando los reconocemos en las entrevistas, pero en este día, común para quienes lo viven, extraordinario para la mayoría de los espectadores, difícilmente se distinguen los entrevistadores de sus invitados, salvo porque rinden su intimidad a los oídos de extraños invisibles. Mientras el escritor Umberto Eco bromea sobre cómo estrangular a su abuela, el comediante Jos Houben explica la destructividad de la risa. La radio, nos muestra Philibert, es filosofía y humor en los labios inesperados.

La entrevista, sin duda, es el género cuyo examen genera mayor interés, pues así como sorprende, conmueve. El contacto humano entre los conversadores magnifica y transmite la información con calidez. La nota, por otra parte, existe como una herramienta útil, pero breve y distinta, si no distante. La lectura con ritmo maquinal da un golpe a la humanidad de los locutores, pero Philibert la rescata con sus pacientes tomas, reveladoras del estrés o la tranquilidad con que hablan ante el micrófono estos hombres y mujeres. Incluso hay una exégesis de esta forma cuando una experimentada jefa regaña a un novato por las deficiencias en su audio: “En la radio no se oyen las comillas”, le señala. Sus explicaciones, aunque en tono temible y desdeñoso, muestran que el trabajo es escuela.

En las oficinas y estudios de Radio France, nos muestra Philibert, se aprende, se crea, se convive entre formas tan distintas, aunque afines, como el periodismo y el arte, para crear un producto diario y efímero que enriquece a la audiencia con datos o inspecciones del espíritu humano. Reporteros, entrevistadores, operadores, redactores, la gente de la radio se asemeja al artista –si no es propiamente uno, como los músicos– en su búsqueda por la precisión y la limpidez. Para Philibert no hay meros informadores, pues si la entrevista es un artefacto de conmoción, de reunión, de confesión, la nota, aunque seca, es narración. Al lado de los periodistas, los artistas de la radionovela y de los conciertos en vivo de música clásica, indie o hip hop, confirman la supervivencia de Homero, quien invocaba a las musas para narrar la Odisea a sus escuchas. Este lazo se afirma cuando un locutor nocturno habla, precisamente, sobre los viajes del rey de Ítaca.

Detrás de las voces, claro, está el equipo de producción, cuyo perfeccionismo quizá replica el de los equipos que hacen cine. Las reparaciones frenan el día porque no se puede colar ni un zumbido a las grabaciones y las frases de las radionovelas son revisadas para sonar más naturales: “no disculparme contigo; di pedirte una disculpa”, corrige una productora a su actor de voz. Y en las reuniones editoriales la discusión también aboga por resultados idóneos; ya sea que las diferencias vayan desde los ángulos de la información hasta los contenidos de acuerdo con la audiencia de France Inter –lo cual hace peligrar al fenómeno Justin Bieber en la programación–, las juntas son intensas pero se disipan en la risa. La radio es un trabajo de ensueño porque aglutina e incluye; la labor de una locutora ciega lo confirma tanto como la variada programación: desde el Tour de France hasta un programa de concursos, en France Inter se respira comunión y se transmite.

En la celebración que es La casa de la radio, Philibert captura a la industria radiofónica como un palacio de la oralidad, y sin necesidad de compararla con otro medio, pues su intención es meramente invitar al espectador a sus entrañas por un día, la confirma como una prioridad en el mundo visual. Por este día, de madrugada a madrugada, Philibert pone su aparato visual a disposición de la voz para darle un rostro que no necesita, pero la complementa y la halaga. En La casa de la radio no hay crítica ni tesis, sino una cándida contemplación de una labor emocionante a la que pocos acceden y de la que nadie se arrepiente.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

    Related Posts

    Colaboradores de Butaca Ancha, finalistas del concurso de crítica de la Cineteca
    La familia en la 55 Muestra
    55 Muestra | ‘Berberian Sound Studio’: El acoso del sonido
    55 Muestra | ‘Los canallas’: El derrumbe
    55 Muestra | ‘¡Somos lo mejor!’: El punk, en pantalla, no está muerto
    55 Muestra | ‘Paraiso: Esperanza’: Ternura mórbida

    Leave a Reply