‘12 hombres en pugna’: Sócrates entre nosotros

…Estaba bastante orgulloso de pensar cuán bien habría de hablar porque creí conocer la verdad.
Sócrates en El banquete, de Platón

En los tiempos del empoderamiento, de las redes sociales y el materialismo condescendiente, la opinión se ha convertido en un refugio. La memoria y el razonamiento, delegados a la mente colectiva del internet, se guardan de su ejercicio en la electricidad y el wi fi, pero cuando las luces se apagan la opinión prevalece para negar lo desconocido. Nuestra era, a pesar de su poder para unir nuestros conocimientos, no supera los prejuicios; incluso les da una plataforma para que sean asumidos como algo más que verdaderos: verdad.

Lejos de nuestras redes inalámbricas, un personaje en 12 hombres en pugna (12 Angry Men, 1957), de Sidney Lumet, se refugia de la realidad como nuestras víctimas del apagón: “¡Tengo derecho a mi opinión!”, grita antes de romper la foto de su hijo y, con ella, su propio espíritu. Su renuencia a aceptar la posibilidad de que un adolescente no haya asesinado a su padre deriva de un trauma: la huida de su muchacho. Sidney Lumet nos explica que toda opinión es prejuicio porque la experiencia, relativa y por ello incapaz de abarcar la verdad, nos forja.

A lo largo de la cinta podemos ver el desmoronamiento de los prejuicios no ante la opinión verdadera; tal no existe. El prejuicio se quema con cuestionamiento y dialéctica, tomando lo que concebimos como hechos y desempolvándolo con preguntas. Henry Fonda asume el rol como guía en estas interrogaciones que van revelando lo que pudo haber hecho en realidad el joven en peligro de ir a la silla eléctrica, pero también sobre la vida interna del jurado. La experiencia de cada uno deforma la vida o la enriquece, dependiendo de la generalidad con que piensan. Un hombre asegura la culpabilidad del muchacho porque es pobre, y toda esa gente “son mentirosos de nacimiento”, pero si así son todos, le pregunta el socrático Fonda, ¿cómo es creíble el testimonio de sus vecinos?

Así, la verdad se va desnudando como un fruto necesario para resolver el caso y para, en el proceso, exponer a una sociedad. Entre el jurado hay clasismo, racismo, xenofobia, hedonismo, desinterés, inconsciencia: imperfecciones universales de la ciudadanía que sobreviven las purgas de la educación y el progreso porque el hombre es una criatura soberbia, hipnotizada por el principio del placer, que le dicta las respuestas fáciles, el escape hacia la sinrazón. Los errores del ciudadano, explica Lumet, vienen de la obsesión por la comodidad, sintetizada en el personaje que cambia su voto por la tendencia que le permita llegar a un partido de beisbol. Otro presume su trabajo o juega al gato en una hoja de papel. De estos hombres depende la vida de un joven y el imperio de la justicia.

Sin embargo, en este posmoderno Banquete hay un Sócrates en Henry Fonda, comprometido con la verdad, quien aboga no a la piedad ni a la justificación, sino a la duda razonable. La ciudadanía de 11 apáticos hombres se recupera con las revisiones de uno, dispuesto a desenmarañar lo que los abogados no pudieron. Lumet encuentra la virtud en un hombre común cuyo código ético exige la penetración de los hechos porque no le es fácil ordenar una muerte. El confort, en el ciudadano excelente, se subordina a los principios objetivos, universales.

Esta voluntad se esparce cuando el personaje de Fonda involucra al resto y Lumet de nuevo evoca los Diálogos de Platón, en los que Sócrates rechaza la posición retórica y analiza los hechos con otros. Claro, el método socrático es mañoso y orienta al interlocutor hacia la visión del filósofo, por lo cual Lumet deja que sus personajes se cuestionen entre sí de manera comunitaria, y así obtenemos una visión microscópica de la vida social. Los 12 hombres de la película representan un proceso democrático de discusión y negociación donde se privilegian la verdad y la justicia como síntesis del sueño fundacional americano.

En su visión de la verdad y la sociedad, 12 hombres en pugna es un documento magnífico, pues representa los vicios de la colectividad, y el poder de la acción individual en un plano acaso idealista, aunque el saber la resolución del jurado no nos garantiza, irónicamente, que el fallo sea verdadero. Lumet nos niega una visión de la noche del crimen porque su intención es reflejar un proceso no sólo legal, sino filosófico, pero sin asegurar sus conclusiones como definitivas. La certeza es, entonces, inalcanzable. “El prejuicio obscurece la verdad”, dice el personaje de Henry Fonda, pero aunque el razonamiento la esclarezca, jamás la obtendrá.

Esta reflexión es lo que mantiene viva a esta cinta, pues aunque nuestras conexiones eléctricas nos garanticen un foro, nada nos garantiza la autoridad en un tuit. Si las oraciones de Sócrates no son definitivas, ¿por qué lo serían nuestros 140 caracteres? 12 hombres en pugna exige la duda, el cuestionamiento, la crítica, para sobrevivir en un panorama construido con opiniones, muchas de las cuales, a pesar de su poder, expresan más nuestro temor que los hechos, y eso la mantendrá viva por siempre.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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