‘118 días’: La prisión del discurso

La imagen se ha convertido en un poderoso aliado en la búsqueda de justicia social y es el instrumento de denuncia más socorrido en nuestra sociedad. Sus implicaciones tienen un alcance y una difusión sumamente amplia que es capaz de moldear la imagen pública de una manera más contundente que elocuentes y apasionados textos. Unos segundos de video tienen la potencia necesaria para vulnerar todo un sistema político que basa su concepción del Estado de derecho en un hábil abuso del poder. En este contexto, las protestas que se han gestado en países como Egipto, Ucrania y, más recientemente, México, hacen uso de las herramientas disponibles para deshacer lo que conciben como injusticia y brutalidad.

La historia del periodista iraní Maziar Bahari (Gael García Bernal), colaborador de Newsweek, quien fue encarcelado y torturado durante 118 días por el duro régimen del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad por haber actuado como “espía” para el programa cómico The Daily Show se convierte en la premisa central de la ópera prima del hombre detrás del programa que condenó a Bahari, el agudo comediante y comentarista político Jon Stewart. 118 días (Rosewater, 2014) es una sólida y estilizada, aunque inevitablemente tendenciosa crestomatía del sonado caso del periodista iraní, que, después de documentar las sospechosas elecciones en Irán llevadas a cabo en 2009 utilizando su cámara como medio de denuncia, paradójicamente, lo que termina por hundirlo, es un chiste occidental.

La postura política de 118 días se desprende de las simpatías y tendencias de corte liberal de Stewart, que, aunque sortea con inteligencia el maniqueísmo de otros discursos más radicales, no evita ciertas tendencias y clichés en la representación de motivos e ideas que ciertamente se hallan en su agenda política, como el uso de música inspiracional en momentos clave, la presentación del gobierno demócrata estadounidense como los más eficaces problem solvers y el inevitable espaldarazo al estilo de vida occidental, que ciertamente ha dado grandes beneficios pero que también tiene terribles vicios en su cuenta. Desde luego, esos vicios palidecen bajo el discurso del asfixiante y opresivo régimen iraní.

Stewart presenta una sensibilidad que es por momentos acertada, como la irrupción del humor en el cuestionamiento del régimen sobre el material lúdico occidental, en la misma vena que Persépolis (Persepolis, 2007), de Marjanne Satrapi, que tilda lo mismo al Teorema de Pasolini que a Megan Fox como sucio “porno”. Además de contar con algunas florituras formales y una solvente interpretación por parte del compita Gael García Bernal, 118 días es un filme que por su discurso es valioso y pertinente bajo la actual situación política, no solo en Irán, sino en el mundo, pero que como filme se ve oscurecido por la convención formal y todo lo que se considera políticamente correcto desde un punto de vista temático. Hasta ahora, Stewart no es más cineasta que oportuno y puntual mensajero, como muchos que levantan su celular ante el espectáculo de la represión.

JJ Negrete (@jjnegretec)

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